En medio de la oscuridad, atrapado en uno de los puntos más complejos de la ciudad, sin la posibilidad de movilizarse, con el riesgo de ser víctima de la delincuencia y el peligro latente de ser atropellado, así fueron los últimos minutos de vida de Jairo Antonio Caicedo Contreras.
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El hombre, de 58 años de edad, murió de forma trágica en la intersección que comunica la Autopista Atalaya con el Anillo Vial Occidental, en la madrugada de ayer. 1 de diciembre. El desenlace de su historia es tan trágica como desafortunada.
“Siempre un amigo para un varado, flaco, la buena”, dijo uno de sus allegados sobre don Jairo, como era conocido. Aunque justamente cuando le tocó a él, no hubo nadie para auxiliarlo.
Y es que, aparentemente, en la madrugada su carro Chevrolet Spark gris, de placa venezolana AC048DA, presentó una falla mecánica que lo obligó a detenerse a un costado de la vía, en medio de la oscuridad ante la falta de alumbrado público.
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La hipótesis preliminar apunta que don Jairo habría ido por ayuda, bajando de su carro y caminando por los alrededores en busca de auxilio, pero no encontró nada, en cambio, la muerte lo encontró a él.
Por la violencia del impacto se presume que fue un carro, cuyo conductor tomó la curva, que está amparada bajo un límite de velocidad de 30 kilómetros por hora, la cual no habría respetado.
El exceso de velocidad, sumado a la poca visibilidad, y la curvatura de la vía, serían los factores claves que causaron el arrollamiento, que acabó con la vida del hombre.
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El macabro hallazgo
Fue una escena macabra la que hallaron algunos transeúntes poco después. A un costado de la vía estaba el carro, mientras que en mitad del carril, el cuerpo de don Jairo, precedido por prominentes charcos de sangre.
Quedó tendido bocabajo, con un bluyín, tenis cafés, y una camiseta del mismo color, que se enrolló en sí misma, dejando expuesta su espalda, en la que numerosas marcas rojas evidenciaban las lesiones que le habían causado la muerte.
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A pesar de eso, y otras lesiones en brazos, pies y piernas, fue una grave herida en la cabeza la que terminó por acabar con su vida. Se presume que una de las llantas le pasó justo por encima, dejando incluso restos de cerebro en el asfalto, que se mantenían varias horas después.
Los testigos llamaron a las autoridades y sobre las 5:30 de la mañana, con los primeros rayos de sol, llegaron los alféreces de tránsito para atender la situación. Los uniformados acordonaron el paso mientras hacían el levantamiento, en coordinación con una funeraria, encargada de trasladarlo.
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Personas cercanas a don Jairo se mostraron severamente afectadas por el hecho, declarando que lo recordarán como un amigo fiel, siempre dispuesto a ayudar y a dar buenos consejos, una víctima más de los carros fantasmas.
Pues, quien le quitó la vida se dio a la fuga, la falta de testigos y de cámaras de seguridad en la zona complicarán la tarea de las autoridades por reconstruir los hechos ocurridos en un punto que clama por intervención.
La muerte de don Jairo no es la primera, ni será la última que se dé en el Anillo Vial Occidental, y sus carreteras contiguas, donde la falta de iluminación propicia otro problema significativo: los hurtos, atracos y homicidios.
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