El año comenzó con una nueva guerra en el Catatumbo entre el ELN y las disidencias de las Farc. ¿Qué lectura tiene de este conflicto?
Es imperdonable, porque demuestra que los hechos se repiten. Si se habla de paz, es para que esas situaciones no vuelvan a ocurrir.
Si el Estado no repara integralmente a las víctimas, los casos terminarán en la Comisión y la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que seguramente condenarán al Estado colombiano, como ya ocurrió en el caso de la masacre de los 19 comerciantes, donde se ordenó una indemnización de 6,5 millones de dólares a las familias.
La guerra del Catatumbo, con sus muertos y desplazados, podría tener un costo similar o mayor para el país.
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Recientemente, la Corte Suprema advirtió que la falta de avances en justicia y paz podría activar la competencia de la Corte Penal Internacional. ¿Qué opina al respecto?
La acción de tutela protege los derechos fundamentales, pero cuando los hechos configuran crímenes internacionales, y el Estado no puede o no quiere investigar, interviene la Corte Penal Internacional (CPI).
La CPI ha mantenido un examen preliminar sobre Colombia desde 2012, aunque se retiró parcialmente al comprobar que la JEP sí estaba actuando.
Por eso insisto: hay que apoyar a la JEP, porque está haciendo lo que la justicia penal ordinaria no hizo en muchos años.
¿Qué puede hacer el Sistema Interamericano de Derechos Humanos frente a delitos como el secuestro y la extorsión en zonas con poca presencia estatal?
El secuestro y la extorsión fueron delitos cometidos históricamente por las Farc, pero tras su desmovilización esos hechos disminuyeron.
Hoy, los responsables son bandas criminales y delincuencia organizada, que deben ser investigadas por la justicia ordinaria.
El problema es que el Estado no tiene presencia efectiva en regiones como Norte de Santander, lo que impide proteger adecuadamente a la población.
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¿Considera que el Estado colombiano ha tratado con dignidad a la población migrante venezolana?
El pueblo venezolano ha sido históricamente hospitalario, pero la crisis económica y política llevó a una migración masiva.
Entre esa población hay personas trabajadoras que buscan sobrevivir, pero también llegaron grupos delincuenciales, incluso liberados de cárceles venezolanas, que hoy integran estructuras como el Tren de Aragua.
Esto ha agravado la situación de seguridad en la frontera y en varias regiones del país.