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El miedo a envejecer
La verdadera inmortalidad sigue estando en nuestros hijos, en transmitir los más nobles sentimientos y las buenas costumbres.
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Miércoles, 17 de Septiembre de 2025

Ahora que todavía podemos compartir algún tiempo con nuestras hijas adolescentes, debido a que aún no se han ido de casa, acostumbramos ver alguna película los domingos en la tarde, aprovechando esto del streaming, es decir, Netflix u otras plataformas similares y, en esta ocasión, la menor de ellas nos propuso “la sustancia”.

Esta obra del séptimo arte no solo estremece por su propuesta visual y narrativa, sino que toca una fibra sensible y profundamente humana: el temor a envejecer, lo que se puede traducir en desaparecer o estorbar.

Para nadie es un secreto que vivimos en una época en la que la juventud se ha convertido en moneda de cambio, casi siempre acompañada de fortuna y belleza. Basta con hojear las revistas, encender la televisión o navegar por redes sociales para comprender que la vejez, lejos de ser recibida con respeto y naturalidad, es vista como un enemigo al que hay que combatir. "La Sustancia" se instala justamente en ese lugar incómodo: ¿hasta dónde puede llegar una persona para evitar el envejecimiento? Y, más aún, ¿qué riesgos está dispuesta a asumir?

Creo que en el fondo a todos nos gustaría gozar de la “eterna juventud”, pero hasta el momento, eso es imposible. Así que no queda otra cosa más allá que intentar prolongarla para no sentirnos tan viejos. Para llevar a cabo este plan podemos tomar el camino del esfuerzo, como levantar pesas, caminar vigorosamente, competir en carreras etc., o también someternos a cirugías para recuperar algo de los encantos perdidos, si es que alguna vez los tuvimos. Nada de eso es criticable, ni más faltaba, todo el mundo tiene derecho a mejorar su salud o por lo menos su aspecto físico, sin embargo, si esta meta llega a convertirse en una obsesión puede acarrear frustraciones, tristezas o, incluso depresión.

Hasta aquí todo marcha bien, pero la película toca un tema más profundo, ¿podría ese deseo de no arrugarnos volverse en nuestra contra?:es probable. Las personas, ante la perspectiva de perder vigor, belleza y relevancia, pueden someterse a tratamientos, experimentos y decisiones que, en su afán desmedido, acabarían por poner en riesgo sus propias vidas. Además, nadie garantiza que una persona triste o con cierta melancolía, no siga sintiéndose igual luego de algún procedimiento embellecedor, al fin y al cabo, eso no fue lo que se arregló en quirófano. Por otro lado, ¿quién nos exige que hay que mantenerse radiante, fuerte y sobre todo “lindo”?, pues lo que vemos a diario en todo tipo de publicidad. El mensaje es claro: el rechazo al envejecimiento no es solo un conflicto individual, sino un síntoma colectivo de una sociedad que premia lo joven y penaliza el proceso natural de la vida.

Pero esta obsesión no es nueva. La literatura universal se ha enriquecido desde hace siglos con el mismo tema, basta recordar "El retrato de Dorian Gray", donde el protagonista vende su alma a cambio de conservar una juventud imperecedera. O "El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde", donde la dualidad entre el bien y el mal se desborda en un experimento que termina por destruir al propio creador. En ambas historias, como en "La Sustancia", el miedo a lo inevitable se transforma en monstruo, y lo monstruoso acaba con los protagonistas.

La verdadera inmortalidad sigue estando en nuestros hijos, en transmitir los más nobles sentimientos y las buenas costumbres, si llegamos a perder eso como sociedad, entonces sí seremos una comunidad vieja y decrépita, a la cual ningún procedimiento rejuvenecedor podrá ayudar, y seguiremos sacando el monstruo que vive en nuestro lado oscuro.


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