
Desde que era niño, siempre he estado atento al nombre del doctor José Gregorio Hernández. Ha sido un personaje muy querido en Venezuela, así que, siempre había alguien que lo traía a la palestra contando alguna de sus historias y de cómo había curado a uno u otro creyente, por lo que me vi obligado, probablemente por los influencers de la época (el boca a boca), a comprar dos muñequitos de él con lo que había podido ahorrar de la merienda durante dos semanas, para regalarlos a mi mamá y mi tía en el día de las madres. Las dos me acompañaron hasta los 90 años, de modo que, si esto no podría considerarse necesariamente un milagro, bien podría decirse que fue un favor recibido.
Esa presencia fue aumentando en cantidad y calidad cuando empecé a estudiar medicina y acudía al hospital, entonces me daba cuenta que los pacientes o sus familiares pegaban su foto sobre la cabecera del enfermo y, como las habitaciones eran compartidas por 6 camas, en cada una de ellas se preparaba un pequeño altar con una figurita rodeada de velas y velones, donde todos iban a rezar y pedir por la pronta mejoría del pariente.
Ni se diga cuando me hice psiquiatra, allí pude encontrarme con muchos más fenómenos de los que en medicina se pueden considerar como “inexplicables”, porque al ser llamados por especialidades más cercanas a la muerte como la oncología o la terapia intensiva, nos dimos cuenta que allí es donde se ven los verdaderos “milagros”.
Un hacedor de milagros, sin duda, ha sido el Dr. Hernández, en el campo que le corresponde, no ha detenido guerras ni evitado catástrofes o cosas similares porque para eso están otros, su especialidad es curar enfermos. Pero, si esto es cierto, ¿por qué se ha tardado tanto en reconocerlo como santo?, me imagino que más por cuestiones burocráticas que por otras circunstancias, la iglesia no deja de ser una organización estructurada y como todas ellas tiene sus protocolos, criterios y, en algunos casos sus “recomendados”, que se han hecho santos antes que él, pero si al caso vamos, para hacer milagros no hace falta tener el rango de santo, se hacen y ya, punto. No sé quién sería el primero que le pidió un favor, pero la costumbre se hizo tradición, se popularizó y se regó como pólvora.
Le llamaban “el médico de los pobres”, porque en ese entonces eso de tener lujos no se popularizaba tanto, no nos decían en internet que para ser felices tenemos que “tener mucho”, por lo que cuentan sus vecinos que les regalaba los medicamentos a sus pacientes y solo cobraba a los que podían pagar, algo que sin duda influyó en el cariño de sus seguidores y su visión como santo.
El hecho es que pronto se dará satisfacción a sus fieles, se le nombrará santo. Lo que pondrá contenta a mucha gente, ya que, consideran justo que sea reconocido por el gremio, sin embargo, es probable que si él pudiera dar su opinión, esto no le resultaría tan importante, pues se dice que en vida, solo deseaba estudiar y hacer el bien, no le interesaban los reconocimientos ni mucho menos los halagos.
Felicitaciones a San José Gregorio Hernández, el médico de los pobres. Ya le podemos rezar con todas las de la ley, porque recuerden que además de tomar la pastilla y ponernos en las manos de nuestro cirujano, nunca está de más una gran dosis de fe, al fin de cuentas, no solo de pan vive el hombre.
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