Entre los siete departamentos colombianos y los cuatro estados venezolanos que conforman los 2.219 kilómetros de frontera, convergen aproximadamente 11,5 millones de ciudadanos de los dos países, de ellos 6,3 millones viven del lado venezolano y unos 4,3 millones en el estado Zulia, siendo el más poblado de la frontera y del país, del lado colombiano viven unos 5,1 millones de los cuales 1,3 millones en el departamento de Norte de Santander, o por lo menos eso se desprende de las proyecciones que realizaron para el 2019 el DANE colombiano y el Instituto Nacional de Estadística -INE- venezolano.
Pero esas cifras no reflejan las nuevas realidades que se dan en la zona de frontera con el fenómeno de la movilidad humana que existe al interior y entre los dos países. A la emergencia humanitaria compleja, como se cataloga según Naciones Unidas la crisis venezolana, se suman los problemas estructurales del conflicto colombiano y el desplazamiento causado por el reacomodamiento de actores armados después de la firma del acuerdo con las Farc.
Entre febrero y septiembre del presente años se pasó de los 2.908.336 venezolanos con Tarjeta de Movilidad Fronteriza -TMF- a los 4.151.993, un crecimiento del 70,04% en sólo seis meses. Ello significa que no solamente estamos hablando de un fenómeno de migración internacional, que a los 1,6 millones de venezolanos con vocación de permanencia que están en Colombia, según los últimos datos del DANE, y los 2.355.933 que han transitado por nuestro territorio desde enero de 2016 hasta inicios de septiembre de 2019, según los datos de Migración Colombia, debemos sumar la población venezolana flotante en la zona de frontera.
Venezuela cambió demográficamente, antes de la denominada Revolución Bolivariana la mayoría de la población se concentraba en la costa y sus ciudades, un poblamiento asociado a la actividad petrolera y la Gran Caracas, con un menor poblamiento en el sur del país.
La emergencia humanitaria y la crisis del sistema de servicios públicos están causando un triple desplazamiento interno. Primero en dirección a Caracas, ciudad menos afectada y con mayores posibilidades de consecución de bienes y servicios, no obstante, la población de la capital venezolana se ha envejecido y el tráfico y sus “colas” han desaparecido.
Un segundo grupo se ha desplazado en dirección al arco minero, ante la imposibilidad de sobrevivir dignamente dentro del modelo económico chavista los ciudadanos de las zonas rurales se han desplazado a las áreas de explotación minera en medio de la ilegalidad y el control que ejercen organizaciones criminales, sobreviviendo en las actividades de explotación minera con técnicas y en condiciones del siglo XIX, lo que explica el crecimiento de enfermedades tropicales, especialmente de la malaria.
Y un tercer grupo que se ha desplazado a la zona de frontera, y todo parece indicar que es el más grande, el cual depende del paso a Colombia a desarrollar actividades económicas, recibir las remesas de sus familiares migrantes y al abastecimiento de bienes y servicios sobre todo en la frontera entre Táchira y Norte de Santander.
De Venezuela han salido 4.307.930, el 13,37% de la población, según el portal operacional de refugiados y migrantes venezolanos, lo que refleja la dimensión del fenómeno migratorio, pero si tenemos en cuenta que 4.151.993, el 12,88% de la población venezolana tiene la TMF, ello demuestra que el drama del desplazamiento interno venezolano puede ser mucho mayor.
Dicho fenómeno es caracterizado por el Estado colombiano, como migración pendular, es decir el “desplazamiento desde el lugar de residencia al lugar de trabajo, estudio o abastecimiento por periodos diarios o muy cortos. No provoca un cambio permanente de residencia, ya que su principal característica es que las personas vuelvan a su residencia original […]”
Pero el fenómeno de movilidad humana en la zona de frontera es mucho más complejo, por ejemplo: de los pasos diarios que se dan en el puente internacional Simón Bolívar, aproximadamente el 48% de las personas que cruzan todos los días tienen nacionalidad colombiana. Es decir, casi la mitad del flujo no son venezolanos sino colombianos que también dependen de las actividades socioeconómicas que se desarrollan en el paso fronterizo.
Los fenómenos de movilidad humana nos obligan a repensar las cosas, a crear nuevas respuestas ante los nuevos retos y desafíos: ¿Cómo se puede responder a la migración pendular y a la dependencia cada vez mayor de la población venezolana al paso fronterizo? ¿Cómo convertir toda esa ebullición humana en la zona de frontera en una herramienta para el desarrollo económico y social de Colombia y Venezuela? ¿Cómo evitar que los actores al margen de la ley saquen partido de esta situación?