El próximo 21 de octubre se cumplen 40 años del día en que los colombianos despertamos con la buena nueva del Premio Nobel de Literatura a Gabriel García Márquez. Recuerdo que se decía en las emisoras de Barranquilla que por unanimidad los 18 jurados vitalicios de la Academia de Letras, de Suecia, habían escogido al escritor cataquero, quien, finalmente, recibió el anhelado premio el 10 de diciembre, en Estocolmo, con el discurso “La soledad de América Latina”. Ese mismo 10 de diciembre muchos colombianos supieron de la existencia de la famosa indumentaria “caribeña” con la que García Márquez recibió el galardón: Liquiliqui. La RAE lo escribe como “Liquilique”, - con e al final - y lo define como “Blusa de tela de algodón que se abrocha desde el cuello”, y lo ubica en los llanos colombo-venezolanos.
Creo que era jueves, bien temprano iba camino a la universidad, y en la esquina de la calle Murillo con avenida Olaya Herrera me encontré de manos a boca con un condiscípulo sucreño y nos consagramos a comentar la noticia del momento. En esa década de los ochenta, del siglo XX, circulaban en Barranquilla dos periódicos, El Heraldo y el Diario del Caribe. El primero, era y sigue siendo un periódico conocido, entonces dirigido por Juan B. Fernández Renowitzky; el segundo, desde 1961 propiedad de Mario Santo Domingo, padre del industrial Julio Mario Santo Domingo, era un periódico dirigido por intelectuales, destinado a intelectuales, y esos intelectuales eran precisamente los amigos del nuevo Nobel: Francisco “Pacho” Posada de la Peña, Alfonso Fuenmayor - quien era el director cuando se anunció el premio -, Julio Roca Baena, Eduardo Posada Carbó y Armando Benedetti Jimeno, entre otros. Da la casualidad que Fernández Renowitzky y Julio Mario Santo Domingo pertenecieron al famoso Grupo de Barranquilla. El hecho de que García Márquez no los mencione en Cien años de soledad, como sí a otros, no quiere decir que no pertenecieran. Lo cierto es que, como lo recuerda Fuenmayor en sus Crónicas sobre el grupo de Barranquilla, Santo Domingo siempre tuvo resistencia, por su origen pudiente.
A esas instalaciones del Diario del Caribe, en el Barrio Abajo, llegamos ese día un grupo de estudiantes de la Universidad Libre y fuimos bien recibidos por directivos, y cuál no sería mi sorpresa al ver que en la Sala de redacción había caras conocidas, porque estudiaban en la Libre y, además, porque éramos compañeros en lo que se denominaba “JUCO” y el “PC”, en la época de la Guerra Fría. Nos animaba el abogado javeriano Juan Bautista Arteta de la Hoz, persona polifacética, mi profesor de sociología, secretario general del Partido Comunista - PC - en el Atlántico y sobrino del célebre Luis Eduardo Nieto Arteta. Juan B. Arteta y sus hermanos - Gilberto, Tito y Ariel - fueron condiscípulos de García Márquez en los primeros años de bachillerato en el colegio San José, hoy abandonado. En sus Memorias, García Márquez se refiere cariñosamente a los hermanos Arteta como “La tribu de los Arteta”, “con quienes solía escaparme para las librerías y el cine”, agrega Gabo. Se refiere a la Librería Mundo y al Cine Rex. La librería era propiedad de Jorge Rondón Hederich, que, al decir del escritor Juan Dager “…la familia Rondón provenía del mismísimo héroe de la batalla del Pantano de Vargas...”; y el Cine Rex, abierto en 1935 en pleno centro, recientemente fue convertido en restaurante y cerró sus puertas por la Covid-19. En fin, si hay un Nobel merecido y admirado en Colombia, ese es el de Gabriel García Márquez.