En un mundo laboral cada vez más exigente, donde los horarios se diluyen y las pantallas acompañan incluso después del cierre de jornada, el estrés laboral se ha convertido en uno de los principales enemigos silenciosos de la salud mental en el trabajo.
Lo que antes se consideraba un simple “cansancio” hoy tiene nombre propio: burnout, o síndrome de agotamiento profesional.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoció oficialmente el burnout como un fenómeno laboral en 2019, definiéndolo como “un estado de agotamiento crónico resultante del estrés laboral mal gestionado”. Desde entonces, las cifras no han dejado de crecer.
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Un informe reciente de la consultora Gallup (2024) reveló que cerca del 45 % de los empleados en América Latina admiten sentirse emocionalmente agotados la mayor parte del tiempo. En sectores como la educación, la salud y el servicio al cliente, ese porcentaje es aún mayor.
Y es que, aunque el auge del teletrabajo y la conectividad permanente, que se consolidaron tras la pandemia, han traído ventajas de flexibilidad, también han marcado el riesgo de estar “siempre disponibles”. Este fenómeno, conocido como fatiga digital, multiplica las probabilidades de desarrollar estrés crónico y afecta directamente la salud mental en el trabajo.
¿Cómo saber si sufro de burnout?
Según la American Psychological Association (APA), el estrés sostenido modifica incluso la química cerebral, afectando la memoria, la concentración y la capacidad de tomar decisiones. En el ámbito laboral, esto se traduce en errores frecuentes, apatía, falta de motivación y una percepción de “no dar más".
En este sentido, hay que tener en cuenta que el burnout se desarrolla gradualmente, y reconocer sus señales a tiempo puede prevenir consecuencias graves para la salud mental en el trabajo. Los especialistas señalan tres dimensiones principales del síndrome:
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Agotamiento emocional: sensación constante de fatiga, falta de energía y desinterés generalizado.
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Despersonalización o distanciamiento: actitudes frías o cínicas hacia compañeros, clientes o tareas diarias.
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Baja realización personal: pérdida del sentido del trabajo, frustración y percepción de bajo desempeño.
Además, hay síntomas físicos y emocionales que pueden servir de alerta:
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Dolores de cabeza frecuentes o tensión muscular.
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Alteraciones del sueño (“dormir sin descansar”).
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Irritabilidad, ansiedad o tristeza sin causa aparente.
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Dificultad para concentrarse o recordar tareas simples.
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Falta de motivación y desinterés por actividades fuera del trabajo.
Ignorar estas señales puede tener consecuencias serias: pérdida de productividad, ausentismo laboral e incluso depresión o ansiedad. Según estudios recientes de la OMS, una de cada cuatro personas en América Latina presenta signos de estrés crónico relacionado con el trabajo.