Los trastornos mentales se han consolidado como uno de los mayores retos de salud pública del siglo XXI. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), más de mil millones de personas en el mundo padecen algún tipo de afección mental, siendo la depresión y la ansiedad los diagnósticos más frecuentes.
En ese contexto, el pasado 10 de octubre se conmemoró el Día Mundial de la Salud Mental, una fecha que busca promover la importancia de cuidar este componente esencial del bienestar humano. No obstante, frente a los esfuerzos globales por visibilizar el tema, surge una pregunta clave: ¿Cómo se encuentra realmente la salud mental de los nortesantandereanos?
Aunque hoy se habla con mayor apertura sobre las enfermedades mentales, en la región este sigue siendo un asunto silencioso que atraviesa la vida cotidiana de muchas personas. Lo más preocupante es el aumento sostenido de los trastornos mentales, especialmente entre los jóvenes de 16 a 25 años, quienes se han convertido en el grupo más afectado.
De acuerdo con estadísticas del Instituto Departamental de Salud (IDS), los casos de enfermedades mentales en Norte de Santander han registrado un incremento significativo en el último año. En comparación con 2024, los diagnósticos de depresión pasaron de 765 a 986 casos en 2025.
El trastorno de ansiedad también muestra una tendencia al alza, con 1.792 casos activos frente a los 1.410 reportados el año anterior. Por su parte, los intentos de suicidio aumentaron de 243 a 747 casos en el mismo periodo, una cifra que refleja la gravedad del panorama de salud mental en el departamento.
Los datos también revelan que las mujeres son quienes resultan siendo más afectadas por estas condiciones.
¿A qué se debe este aumento?
El aumento de los casos de enfermedades mentales en los últimos años es una tendencia evidente y preocupante. Según explica Lucero Fernández, psicóloga del Hospital Mental Rudensindo Soto, existen múltiples factores que pueden influir en este incremento.
Entre las principales razones se encuentra la dificultad de muchas personas para buscar orientación profesional a tiempo, ya sea por las ocupaciones del día a día, las responsabilidades o la falta de prioridad hacia el bienestar emocional. Esto provoca que síntomas iniciales como el estrés o la ansiedad se agraven con el tiempo.
A ello se suman factores como la no adherencia a los tratamientos, la falta de asistencia a los controles médicos y la poca importancia que aún se da al cuidado integral de la salud mental. Fernández también señala la influencia genética, aunque aclara que tener una predisposición “no significa necesariamente desarrollar un trastorno, sino la necesidad de cuidarse más”.
Entre otras causas se destacan:
• Las experiencias de vida.
• Los traumas.
• El estrés crónico.
• Factores sociales, personales y ambientales.
• El aislamiento.
• La falta de comunicación o el sentimiento de no ser escuchado.
• La escasa red de apoyo.
• Las dificultades para acceder a la atención médica.
• El uso de sustancias psicoactivas.
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¿Aliadas o enemigas de la salud mental?
Las redes sociales han llegado para quedarse, y con ellas también la creciente dependencia hacia su uso. Según el portal internacional Statista, las personas dedican en promedio 39 horas mensuales a revisar sus plataformas digitales. Ante esta cifra, surge una pregunta inevitable: ¿En qué momento un “me gusta” o una interacción virtual se volvió más importante que las experiencias del mundo real?
Muchas personas utilizan las redes como una forma de descanso o entretenimiento; sin embargo, el problema aparece cuando esta práctica se integra a la rutina diaria, incluso durante momentos destinados al estudio, el trabajo o la convivencia familiar.
Para el psiquiatra Manuel Guillermo Serrano, las redes sociales representan varios problemas. “Primero, la socialización se disminuye, lo que hace que se evite el contacto directo; esto se da en busca de una satisfacción inmediata, sin capacidad de espera”.
Según explica, esto provoca que, como sociedad, se reduzca la capacidad para manejar la frustración: hay más contactos, pero las relaciones son cada vez más superficiales e inmediatistas.
Esta realidad evidencia cómo el uso excesivo de las redes sociales no solo transforma la forma en que nos relacionamos, sino también la manera en que se gestiona las emociones y el tiempo. La búsqueda constante de aprobación digital y la exposición continua a estímulos inmediatos pueden generar ansiedad, dependencia y una sensación de vacío cuando no se obtiene la respuesta esperada. Ante ello, los especialistas insisten en la necesidad de establecer límites y promover un uso consciente de la tecnología.
“La tecnología puede acercarnos, pero si no se usa con límites adecuados, termina afectando el equilibrio emocional”, explica la psicóloga Fernández. Si bien las redes sociales ofrecen ventajas como acortar distancias, facilitar el acceso a información y promover actividades enriquecedoras, su uso debe ser responsable y ajustado a los tiempos, espacios y edades adecuadas.
En el caso de niños y adolescentes, es fundamental la supervisión de un adulto, mientras que jóvenes y adultos deben establecer límites claros sobre los horarios y el tiempo de conexión para evitar interferencias con la vida social y familiar.
La exposición constante a las pantallas también altera el ciclo del sueño, un aspecto esencial para la salud física y mental. La higiene del sueño permite un descanso reparador y una adecuada recuperación para afrontar las actividades diarias con energía y equilibrio. Una mala calidad del sueño repercute directamente en el rendimiento académico, laboral y emocional, y puede desencadenar ansiedad, depresión o aislamiento social, convirtiéndose en un factor de riesgo para el bienestar integral.
Secuelas del COVID-19: heridas que aún no cicatrizan
A más de cuatro años de la pandemia por COVID-19, las consecuencias no solo se reflejan en la economía y la salud física, sino también en el bienestar emocional de la población. Los cambios en la rutina, el aislamiento, la pérdida de seres queridos y la incertidumbre marcaron profundamente a muchas personas, dejando secuelas que aún persisten.
Según Fernández, “la pandemia nos hizo vulnerables y nos enfrentó al miedo constante de enfermarnos o de perder a alguien cercano”. Esta crisis sanitaria provocó una sensación generalizada de amenaza, acompañada de altos niveles de estrés, ansiedad y depresión, exacerbados por el desempleo y el aislamiento prolongado.
El entorno familiar también sufrió transformaciones significativas: se alteraron las dinámicas del hogar, aumentaron los conflictos internos y, en algunos casos, creció el consumo de alcohol y otras sustancias psicoactivas. Estas consecuencias evidencian que la pandemia no solo modificó la forma de vivir y relacionarnos, sino que dejó huellas profundas en la salud mental y en la manera en que el cerebro procesa el miedo y la incertidumbre.
Medidas adoptadas por el Hospital Mental Rudesindo Soto
Para hacer frente a estos desafíos, el Hospital Mental Rudensindo Soto se encuentra en un proceso de renovación y actualización constante, lo que implica asumir nuevos retos a nivel institucional y humano.
Entre las principales acciones se destacan la capacitación continua del personal, el fortalecimiento de la infraestructura y la lucha contra el estigma social que aún persiste en torno a la salud mental. Para lograrlo, se han implementado estrategias que facilitan la adherencia de los pacientes a los tratamientos y mejoran el acceso a los servicios especializados.
Una de las más importantes es la Unidad Móvil de Salud Mental, que recorre distintos barrios y zonas del departamento donde reside la mayoría de los usuarios. Esta estrategia acerca la atención a quienes más la necesitan y garantiza que los pacientes vinculados a programas de tratamiento puedan continuar su proceso sin barreras de desplazamiento.
Además, permite que los profesionales en salud mental lleguen hasta municipios y comunidades con necesidades prioritarias, ampliando la cobertura y promoviendo una atención más humana, accesible y equitativa.
La salud mental dejó de ser un asunto individual para convertirse en una responsabilidad colectiva. Detrás de cada cifra hay historias de lucha, de silencios y de búsqueda de alivio.
Hablar del tema, pedir ayuda y acompañar a quienes lo necesitan ya no debería ser un acto de valentía, sino una muestra de empatía.
Cuidar la mente, al final, es cuidar la vida misma, y solo cuando se comprende eso se podrá construir comunidades más sanas, solidarias y conscientes de que el bienestar emocional también es un derecho que merece ser protegido.
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