"No puedo dejarlo”. Son tres palabras que se volvieron costumbre para los familiares de los jóvenes que padecen adicción a las drogas. Sus oídos escuchan constantemente esa frase, mientras ante sus ojos, la desesperanza va consumiendo a sus seres queridos.

Por lo menos en 13 homicidios que se presentaron en Cúcuta y su área metropolitana en este mes de noviembre, el consumo de estupefacientes y el microtráfico salieron a la luz como una de las principales hipótesis.

En la mitad de estos casos, las autoridades están seguras de que el crimen se relaciona con dichos temas, evidenciando una vez más que el consumo y la adicción a estas sustancias psicoactivas acechan y amenazan a la juventud cucuteña.

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Una cadena de consumo

El doctor Gabriel Rincón Clavijo, médico especialista en toxicología clínica, advierte que toda adicción inicia con un leve impulso de curiosidad, motivo por el cual alerta sobre cómo, incluso desde el alcohol, se puede acabar siendo atrapado por sustancias más agresivas.

Desde su experiencia, relata que muchos casos empiezan desde edades muy tempranas, probando el cigarrillo. La nicotina que contiene activa neurotransmisores, generando sensaciones placenteras nuevas.

Otro gran riesgo sucede al exponerse al cannabis, la marihuana, un eje central del consumo de estupefacientes, lo que para Rincón es la puerta de entrada al mundo de las adicciones.

Explica que el siguiente paso lógico es el cripy, un tipo de marihuana sintética con mayor impacto en el estado de ánimo. De igual forma, menciona que la cocaína suele ser consumida por primeras veces en fiestas y escenarios sociales.

Aunque agrega que el mayor peligro viene en los opioides, sustancias utilizadas para calmar el dolor, siendo principalmente el fentanilo y la heroína las más presentes en los casos que ha atendido.

Sobre la heroína, destaca su facilidad de generar adicción, al igual que el riesgo latente para sus consumidores, especialmente en condición de calle, quienes en ocasiones comparten jeringas para inyectarse, exponiéndose a contraer enfermedades de transmisión sanguínea, como hepatitis o VIH.

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Habitantes de calle, víctimas de una guerra

De esos trece homicidios en noviembre, cinco eran habitantes de calle, cuatro de ellos sin identificar, con una característica en común: fueron asesinados con armas de fuego, aparentemente en medio de disputas territoriales por el control de las ollas en la capital nortesantandereana.

Una fuente judicial le comenta a este medio que dichas personas son objetivos de la violencia, como una manera de infundir miedo. “Van tras ellos porque son blancos fáciles, suelen estar solos, en sitios oscuros, sin seres cercanos”, aclara.

Otro detalle de estos crímenes es que se fundamentan en “afectar la clientela contraria”. Un grupo ataca a una de las personas que le compra droga a la banda opuesta, para así quitarle un cliente y que los demás decidan cambiar de expendedor.

Pero detrás de estos asesinatos, que muchas veces quedan sin nombre, hay un problema aún mayor: el por qué estas personas quedan en situación de calle. En comunicación con este medio, una persona de residencia no formal relata su historia.

Haciéndose llamar el Menor, transeúnte de la zona céntrica de la ciudad, afirma que prestó el servicio militar en el Amazonas y luego trabajó en un sistema de transporte público de Bogotá.

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Fue en la capital colombiana donde entró al laberinto del consumo de drogas. “Soy de Cúcuta de toda la vida, allá en Bogotá no tenía a nadie. Para distraerme después del trabajo me fumaba un porrito, pero empecé a necesitarlo durante los turnos y eso me trajo problemas laborales”, narra.

No pasó mucho hasta que perdió el empleo y regresó a su tierra natal, donde cayó definitivamente en la drogadicción. Probó distintas sustancias, pero se quedó con el basuco, un estupefaciente que le produce una “adrenalina inexplicable”, en sus propias palabras.

Una dosis cuesta aproximadamente cinco mil pesos, y consume por lo menos diez al día, aunque no todas las compra él. “En la calle uno a veces comparte, hay parceros que lo ven a uno con el ‘mono’, y le regalan un toque, luego uno hace lo mismo”, cuenta.

Explica que por esa misma ‘adrenalina’ no puede dejar de consumir, porque cuando no está bajo los efectos de las sustancias entra en estado de desesperación producido por el síndrome de abstinencia.

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El no poder salir

Rincón, especialista en toxicología, explica que los alucinógenos provocan sensación de euforia y bienestar, haciendo que el consumidor desarrolle dependencia.

“La abstinencia es tan mental como física, el organismo le exige el consumo. Genera ansiedad y angustia, haciendo que la persona tome decisiones desesperadas”, agrega el doctor, aclarando que desde la parte mental, el consumidor relaciona la sensación de bienestar con la sustancia, por lo que se le vuelve una necesidad consumirla para sentirse bien.

Y eso le ocurre al Menor, quien admite que no puede iniciar el día sin una dosis, aparte de que desarrolló insomnio que solo puede combatir con otras drogas. “A veces hasta tres días sin dormir por la adrenalina, me toca fumarme un porro y ahí me relajo hasta que me quedo dormido”, revela.

Otro aspecto importante es la tolerancia. Se trata de la adaptación del cuerpo a la sustancia y la necesidad de consumir más, en busca de volver a tener la misma sensación de bienestar. “Alguien consume 10 miligramos de cocaína y se siente bien, al otro día consume lo mismo, pero no se siente igual, entonces agrega más y más”, explica Rincón.

Esto recibe el nombre de toxicodinamia: con el consumo se activa un receptor que recibe los efectos de la sustancia y posteriormente se genera la necesidad de consumir una cantidad más alta y en más ocasiones.

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Presentar una salida

Historias como las de Osman Andrés Bernal y Omar Gonzalo Rincón Silva, ambos asesinados en circunstancias relacionadas con el consumo de estupefacientes, muestran una cruel realidad, “la muerte es la única salida”, como comenta el Menor a este medio.

Sin embargo, la historia no fue así para Daniel Rico, creador de la fundación Transformados para Transformar, misma que se rige bajo ese lema y que obtuvo ese nombre por la historia de vida del actual concejal de Los Patios.

Rico, es el encargado de liderar este proyecto que busca ayudar a personas adictas a cambiar sus vidas por medio de procesos de rehabilitación y acompañamiento.

Él pasó por fuertes adicciones y consumió sustancias de todo tipo desde muy corta edad. Inició a los 12 años, y casi siete años después, tras ocho procesos de rehabilitación, finalmente se sintió lo suficientemente renovado como para ayudar a los demás que estaban en esa situación.

Desde ese momento ha ayudado a cerca de 1.200 familias, inicialmente en Los Patios, luego expandiéndose a toda el área metropolitana de Cúcuta, y ahora a otros municipios de Norte de Santander.

Se encarga de gestionar ingresos entre voluntarios y no voluntarios a centros de rehabilitación, donde las personas pasan por procesos de tres meses.

“Asesoramos a las familias dependiendo de sus condiciones y de la EPS que tengan, se les presentan opciones de donde pueden recibir a los muchachos, ahí es cuestión de conseguir el dinero para los pasajes”, aclara el concejal.

En la mayoría de casos, los favorecidos son trasladados a otras ciudades como Ocaña, Valledupar y Bogotá. Allá reciben tratamientos médicos y espirituales. Posteriormente, Transformados para Transformar mantiene un seguimiento de control con los pacientes, tratando de ayudar a que sigan por el camino de la abstinencia, algunos lo logran, pero otros vuelven a recaer.

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¿Se puede salir de la adicción?

Gabriel Rincón, médico especialista en toxicología, dio una respuesta positiva, pero para él es fundamental la fuerza de voluntad del individuo. “Debe ser voluntarioso porque no se puede hacer nada si la persona no pone de su parte y no es disciplinado”.

Desde su perspectiva, primero se debe pasar por un proceso de diagnóstico por expertos de la toxicología y la farmacología, quienes deliberan, según las condiciones del paciente, si es apto para llevar la rehabilitación en un ambiente social o si requiere ser internado.

Por parte del Menor, al escuchar la pregunta sonrió, en un gesto ligeramente pícaro, como resignado a que esa sea su realidad. “No creo papi, uno con tanta cosa que ha visto en la calle con los demás, sabe que la muerte es la única salida”, sentencia como entendiendo que está atrapado.

Para ello recuerda a Gina Marcela Serrano Durán, de 31 años, quien fue asesinada en la calle 17 con avenida 5 del barrio El Páramo, en octubre, zona donde más de una vez se encontraron.

Según sus palabras, el impulso anímico que le producen las sustancias no lo consigue de ninguna otra forma que haya experimentado. Aunque entiende los riesgos, dice vivir feliz con su realidad.

Por su parte, Daniel Rico de la fundación Transformados para Transformar es un testimonio en vida de que es posible lograrlo. El fundamento detrás de su éxito es una mezcla de constancia, voluntad y un mensaje divino que le hizo cambiar su vida.

Aunque ha sido testigo de primera mano de ambos casos, pues así como ha visto a jóvenes recaer, también ha presenciado casos de vidas y familias totalmente reconstruidas después de momentos muy complicados.

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