China es la mayor potencia exportadora y manufacturera del globo; cuatro de los mayores bancos en términos de capitalización son chinos, proyectándose ser la principal economía del mundo en una década. Además, es el país más poblado con 1.420 millones de personas cifra que representa el 20% del total de la población mundial. Aunque aún carece del poder para ser el líder a nivel mundial, está abocado y empeñado en lograr tal objetivo que muy probablemente alcanzará en no más de dos décadas.
Para lograrlo despliega esfuerzos en todos los ámbitos del quehacer, debiendo destacarse la Iniciativa de la Franja y la Ruta (algo así como el Plan Marshall chino), proyecto económico que invoca la antigua Ruta de la Seda para potenciar los vínculos con el mundo a través de la creación de dos grandes rutas comerciales, una marítima y otra terrestre, que unirán al gigante asiático con el corazón de Europa, África y América Latina. Hasta ahora, un total de 139 países están adheridos, entre los cuales hay 30 europeos, 37 asiáticos, 54 africanos y 18 de América Latina y el Caribe, entre los cuáles no está Colombia.
Como es fácil imaginar, Estados Unidos está crecientemente preocupado por el desarrollo de China pues ve como su liderazgo es puesto en cuestión, de allí que la confrontación económico-financiera sea cada vez mayor. La rivalidad entre ambas potencias es de carácter estructural y condicionará el sistema internacional pues estamos ante una lucha por la hegemonía global, lo que se reflejó de manera bastante dramática con la producción, comercialización y distribución de las vacunas para combatir el COVID 19.
Es por ello, que tenga tanta relevancia la celebración del 20º congreso del Partido Comunista de China (PCCh) el próximo 16 de octubre. Se espera que el actual presidente, Xi Jinping, sea reelegido entonces para un tercer mandato.
Durante el señalado evento, el más importante en la política China, también se espera una renovación a fondo de la cúpula dirigente y se definirán las políticas interior y exterior del próximo lustro. Desde su nombramiento como secretario general del PCCh hace casi una década, Xi se ha empeñado en cimentar su poder. En los últimos años no ha dejado de acumular cargos, colocar a sus aliados en puestos clave y acabar con cualquier cortapisa legal a su renovación, consiguiendo la eliminación en el 2018 del límite que contemplaba la Constitución de ejercer la presidencia hasta por dos mandatos.
Su reelección, que no ha sido anunciada oficialmente, pero se da por hecha, entierra el delicado sistema sucesorio instaurado por Deng Xiaoping para evitar excesos personalistas como los vividos durante el maoísmo. Sin sucesor aparente a la vista, la gran duda ahora es saber si Xi se conformará con seguir solo cinco años o aspirará a un futuro cuarto mandato.
Con la presidencia ya atada, la atención virará hacia quién ocupa el puesto de primer ministro, tradicionalmente ligado a la gestión económica, que abandonará en marzo Li Keqiang. El mandatario llega a la cita con las riendas del poder bien sujetas y no se espera ninguna sorpresa en un encuentro al que se suele llegar con todo pactado de antemano.
Tras el congreso, que se celebra un mes antes de la cumbre del G-20 en Indonesia, se espera que EE.UU. y China mantengan canales abiertos de diálogo entre sus líderes, y ello porque ambos países están ligados por una interdependencia económica importante y porque lo que suceda en China, y en la relación entre ambos, marcará las próximas décadas a nivel global.
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