Los nortesantandereanos en una sola voz imploramos: ¡no más violencia! Que se detengan los ataques terroristas contra la población civil y las fuerzas militares. Que se respete la vida y que se detenga el derramamiento de sangre en nuestro amado suelo.
Nos duele ver cada día escenas dantescas donde la vida ha perdido valor; es impresionante la normalidad del crimen. No más descuartizamientos, no más feminicidios, no más bombas, no más muertes por decisión unilateral de un grupo u organización.
No más secuestros, no más reclutamiento forzado de menores en el conflicto, no más desplazamientos de población por la fuerza, no más homicidios a líderes sociales, no más amenazas de ningún tipo, no más hostigamientos, no más cultivos ilícitos ni narcotráfico que alimentan la guerra, no más ausencia del Estado nacional a las problemáticas históricas, no más indiferencia de quienes hacemos parte de la sociedad frente a cada uno de estos hechos.
Volvamos a los mínimos humanitarios que exige ante el derecho internacional el respeto por los valores, derechos humanos y los pilares de los principios de distinción, proporcionalidad, necesidad militar y humanidad del conflicto.
Las sociedades modernas de mayor progreso e incidencia en el mundo tuvieron períodos de violencia que sacudieron sus estructuras sociales de corta duración.
Entre otros tantos ejemplos, la historia nos cuenta sobre las guerras mundiales que devastaron a Europa y que resurgió en la unidad de las naciones que otrora fueron enemigas en aliados de construcción económica y social; la “nación del arcoíris” en Sudáfrica, que luego de vivir el “apartheid” sigue insistiendo en la posibilidad de convivir juntos como una sola nación; los tutsis y hutus que luego de la barbarie de 1994 lograron hasta hoy reconocerse como iguales en la otredad; el salvajismo de Pol Pot en Camboya y los Jemeres Rojos que llevaron a los cuatro acuerdos de construcción de paz en suelo camboyano; y la misma guerra de norte y sur en la Unión Americana, que permitió la libertad de los esclavos y la eliminación de esta práctica que terminó con un presidente afroamericano.
Nosotros como sociedad no podemos acostumbrarnos a leer esto como simples noticias que al día siguiente son olvidadas. No podemos normalizar la muerte en medio de la existencia; eso no es normal de ninguna manera inteligente.
Una sola vida que se arrebata violentamente es una afronta a la cultura del “Homo sapiens” que se hizo inteligente y mejoró las vidas de todos, para que como sociedades libres conviviéramos con derechos, deberes e igualdad, y, sobre todo, con paz.
Esta última debe estar construida sobre la legitimidad del Estado de derecho, del respeto por las leyes y las instituciones, con el fortalecimiento y agradecimiento a las fuerzas militares y policiales en todas sus áreas de acción; con la presencia del Estado en los lugares más recónditos del territorio, y con la garantía de que todos hacemos parte de la nación y que recibimos justicia y equidad para generar progreso.
La vida es nuestro mayor tesoro y legado milenario. No podemos banalizar el bien; debemos respetarnos, creer en la posibilidad de vivir en paz con derecho y legitimidad amparados por la carta constitucional colombiana.
No más violencia, esta no es la salida, vamos por un camino equivocado, que de no remediar pronto terminará muy mal para la región. Como sociedad debemos repudiar estos dolorosos hechos y de una vez por todas detener el derramamiento de sangre de nuestros compatriotas y hermanos.