Probablemente sea una moda, o una estrategia más, para vender un producto que mueve millones de dólares en el mundo. Lo cierto es que desde hace muchos años se promueve la idea de que cualquiera puede ser un “líder”. Ahora bien, ¿qué pensaran las personas cuando les ofertan un curso de liderazgo? La verdad, yo tampoco lo tengo muy claro. Lo primero sería enterarse de lo que significa ser un líder, que según el diccionario de la RAE no es otra cosa que alguien que conduce un partido político, un grupo social u otra colectividad,otambién, una persona que va a la cabeza entre los de su clase, es decir, algo así como un jefe que dicta lo que se debe hacer y el camino a seguir.
De manera qué, a cualquiera le resulta tentador matricularse en un curso que le convierta en un ganador, a quienes todos harán caso y respetarán, por lo tanto, no importaría gastarse unos milloncitos con tal de llegar a ser un “líder exitoso”.
Ahora bien, a esta ecuación le faltaríala incógnita, porque todo líder necesita de sus séquitos, y no he visto hasta el momento ninguna oferta que invite a convertirse en seguidores de líderes.Sin embargo, como decía mi mamá por allá en Bucaramanga, “mijo, para cada arepa hay su tiesto”, así que,ese tipo de personajesno van a escasear.
Tal vez dentro de nuestra naturalezaya estamos predispuestos a ser unos seguidores de líderes, y más bien, los cursos en lugar de hacernostriunfadores deberían estar orientados a convertirnos en personas independientes, que podemos estar de acuerdo o no,con las opiniones del cabecilla. Pero las estrategias de control psicológico siempre nos enseñan que un ser supremo nos arreglará la vida sin que tengamos que realizar mucho esfuerzo, esto se ve con frecuencia en los grupos religiosos y en la política, donde la mayoría vota por el candidato que promete arreglar la situación económica del país, sin sacrificio alguno de los ciudadanos.
Desde que nacemos seguimos un líder, que puede ser papá o mamá. Nos orientan en el camino durante algunos años, pero luego ya no les hacemos mucho caso, no porque nos hayamos independizado, como se piensa cuando somos adolescentes, sino porque hemos cambiado de figura de autoridad, y ahora seguimos a nuestros amigos, queremos pertenecer a un grupo social, o sencillamente nos dejamos llevar por las opiniones y ejemplos de un artista, o de un jugador de futbol, lo adoramos, pegamos su foto en la pared, y lo defendemos a capa y espada cuando nos hablan mal de ellos, sin que nos puedan llegar a conocer jamás en esta vida.
Luego dejamos todo eso por el primer amor, quien ahora nos dicta las pautas a seguir, los amigos pasan a segundo plano y tratamos de complacer en todo al ser querido, nos dice sobre las personas con las que debemos tratar y llegan a decidir sobre nuestro futuro.
Cuando creemos que todo el ciclo se ha cumplido llegan los hijos, y como ahora la tendencia es complacerlos en todo, comienzan a dirigir nuestra vida sin que nos demos cuenta, ya no se toman decisiones sin su aprobación, son los que mandan en casa.
Visto de esta manera, jocosa, fantasiosa pero posible, nos volvemos a preguntar, “para qué quiero ser líder”, “líder de qué”, si lo importante es dejar de ser seguidores de líderes, tan solo basta con recuperar la autonomía, tener un poco de control sobre nosotros mismos y saber con quién vamos a estar de acuerdo, sencillo ¿cierto?