Mi niño no es problemático, solo que los profesores no lo entienden, dicen los papás hoy… Pero el fenómeno del Niño o el clima y sus cambios no son el problema, es la falta de gobernanza a escala global y local. Desde las columnas que me ha publicado este diario y desde la academia y también en la práctica profesional, se ha defendido de manera optimista el argumento de que, frente al problema del clima, la ciudad como territorio bien planeado y gestionado es la solución.
Pero en realidad el cambio climático y sus fenómenos como El Niño o La Niña, más que un problema, son el contexto global real. Nos preocupa el clima y su alteración, pero finalmente nos adaptamos al actual, y tanto la forma de ocupar el territorio y pensar las ciudades como el consumo desmedido de recursos entran en crisis cuando el clima cambia rápidamente y vemos noticias de las hectáreas de bosques y paramos arrasados por el fuego.
Y, tanto el tránsito hacia formas más eficientes de ocupar los territorios y la forma en como nos desplazamos, al igual que el proceso para adaptarnos a estas circunstancias, depende de la legitimidad de los gobiernos, lo cual es hoy un eslabón supremamente débil, que tienen como acicate la falta de acuerdo entre las potencias económicas globales con intereses opuestos y diversos sumado a la debilidad de organismos multilaterales como Naciones Unidas sin autoridad reconocida ni una potestad ejercida más que ostentada.
Un buen ejemplo de ello es el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), creado en 1988 para evaluar integralmente el estado de los conocimientos sobre el cambio climático, sus causas, repercusiones y alternativas de respuesta (https://www.ipcc.ch/). El quinto informe de evaluación (IE5) se terminó entre 2013 y 2014 y fue la base para el Acuerdo de París de 2015, donde se estableció el objetivo para limitar el aumento de la temperatura a 1,5 °C.
El sexto informe de agosto del 2021, advierte que el clima está cambiando de una forma más dinámica de lo esperado, y en su informe síntesis de mayo del 2022, dejan evidencia que las alteraciones son más graves de lo previsto, señalando que es imprescindible adoptar medidas para mitigar el cambio climático y sus impactos en la economía y los territorios.
En conclusión, los expertos del IPCC han señalado que se está acabando el tiempo para ejecutar acciones de transición energética y cumplir con el objetivo trazado en el Acuerdo de París y que, ante la falta de consenso entre los 195 países del acuerdo, estas prioridades serán soslayados mientras los ciudadanos miran para otra parte con otras preocupaciones.
Aceptar que el planeta tiene sus límites es un ejercicio responsable que nos prepara para otra realidad más dolorosa y cruel: los límites de nuestra propia existencia. Y si nuestra vida se desarrolla hoy principalmente en las ciudades, estas no son solo representaciones tridimensionales, sino se sitúan también en el tiempo, aquel que como decía Goya: “también dibuja, también pinta” y “construye, dotando a las edificaciones y obras de significados a partir de la pátina de la edad”. Pero el planeta es una canica azul amnésica, que en un parpadeo de tiempo geológico desvanece grandes imperios y borra todas sus trazas.
Buscamos lo verde y natural, pero nos toca la ciudad y lo urbano, no entendida como el soporte material de una convivencia forzosa donde nos corresponde vivir juntos, sino como la más grandiosa invención humana, que así se desvanezca en el tiempo, es la mejor herramienta para gestionar los desafíos climáticos. Depende de su ordenamiento territorial que sea más verde, más próxima, más digital, con menor consumo de espacio y energía, pero sobre todo depende de un buen gobierno.
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