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Colombia
Los agüeros entre maletas vacías, lentejas y ropa interior amarilla
Para los colombianos el cierre de un año no es solo una despedida: es un ritual.
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Camila Chaustre
Camila Andrea Chaustre Jaramillo
Domingo, 28 de Diciembre de 2025

En Colombia el año no termina cuando el calendario marca el 31 de diciembre. Se acaba después de comer doce uvas a las carreras, de dar vueltas a la manzana con una maleta vacía, de barrer la casa de adentro hacia afuera y de revisar, casi con fe religiosa, que la ropa interior sea del color correcto. Porque aquí el cierre de un año no es solo una despedida: es un ritual.

Desde temprano, el último día del año se siente distinto. Hay un aire de expectativa que se mezcla con el olor a natilla, buñuelos recién hechos y pólvora. En las casas se limpia más de lo habitual, se sacan cosas viejas, se ordenan cajones que pasaron meses cerrados. No es solo aseo: es la idea de “no cargar lo malo” al año que viene. Así, sin decirlo abiertamente, muchos colombianos creen que el destino se puede acomodar con pequeños gestos.

Los agüeros de fin de año no aparecen en los libros ni se enseñan en el colegio, pero se heredan.

Pasan de las abuelas a las madres, de las tías a los sobrinos, de generación en generación, incluso entre quienes dicen no creer en nada. Porque una cosa es no creer y otra muy distinta es no hacerlos por si acaso.

Uno de los más populares y quizá el más visible es el de la maleta. Apenas faltan segundos para la medianoche ya hay gente lista para salir corriendo. Algunos dan solo una vuelta a la cuadra; otros, más ambiciosos, recorren varias calles. La maleta suele ir vacía, aunque no falta quien le meta ropa para que los viajes sean largos. La escena se repite cada año en barrios de todo el país: personas trotando, riéndose, chocándose entre sí, mientras suenan los primeros abrazos y los fuegos artificiales. Viajar, conocer otros lugares, salir del país o simplemente poder darse una escapada es uno de los deseos más recurrentes entre los colombianos.


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Muy cerca de ese agüero está el de las lentejas. Se comen, se guardan en los bolsillos o se dejan en recipientes en la cocina. Las lentejas simbolizan abundancia, comida asegurada, plata que no falte.

Algunos se las comen justo a la medianoche, otros prefieren hacerlo el primero de enero. No hay una regla clara, porque como muchos agüeros, este se adapta a cada familia. Lo importante es no dejarlas por fuera del ritual.

La ropa interior merece un capítulo aparte. Amarilla para la suerte y la felicidad, roja para el amor, verde para la salud. Hay quienes se ponen una encima de otra, por si acaso, y quienes se cambian apenas pasan las doce. Lo curioso es que, aunque muchos se burlan del tema, en los días previos a fin de año los almacenes se llenan de ropa interior de colores llamativos, con letreros que prometen prosperidad, pasión o bienestar. Nadie quiere empezar el año mal vestido.

Otro agüero muy común es el de barrer la casa. Pero no de cualquier forma. Se barre desde adentro hacia afuera, sacando lo malo, lo negativo, los problemas. Algunas personas incluso botan el recogedor lejos de la casa, como símbolo de dejar atrás las malas energías. En otras familias se prefiere trapear con agua y sal o con esencias, buscando limpieza espiritual. Todo sirve si la intención es empezar “liviano”.

 

 
Calzones-amarillos.

Y si de dinero se trata, hay quienes no se despegan de un billete durante la medianoche. Lo guardan en el bolsillo, en la mano o debajo del plato. La creencia es sencilla: si empiezas el año con plata, no te va a faltar. Lo mismo pasa con no prestar dinero el 31 de diciembre o el primero de enero. Prestarlo sería, según la tradición, regalar la abundancia del año que comienza.

El baño también tiene su ritual. Bañarse justo después de las doce es, para muchos, una forma de renovarse, de dejar atrás el cansancio del año viejo. Algunos agregan hierbas, flores o perfumes al agua. Otros simplemente se meten bajo la ducha con la idea de empezar limpios. No importa el método, importa el significado.


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Pero quizás uno de los agüeros más emotivos es el del muñeco de Año Viejo. Hecho con ropa usada, cartón, aserrín o trapos, representa todo lo malo que se va: frustraciones, dolores, rabias, pérdidas. A veces se le pone un papel con aquello que se quiere dejar atrás. Al quemarlo, no solo se despide el año, también se hace una especie de catarsis colectiva. El fuego consume lo viejo y deja espacio para lo nuevo.

Aunque muchos de estos agüeros se practican de forma casi automática, detrás de ellos hay algo más profundo: la necesidad de sentir control. En un país donde la incertidumbre es parte del día a día económica, social, personal, los rituales ofrecen una sensación de orden. No garantizan nada, pero tranquilizan.

Lo curioso es que, incluso en tiempos de tecnología, redes sociales y vidas aceleradas, estas tradiciones no desaparecen. Al contrario, se reinventan. Hoy hay videos en TikTok enseñando cómo hacer los agüeros correctamente, listas virales con combinaciones de rituales y hasta memes que se burlan de quienes olvidaron ponerse la ropa interior amarilla. Pero, de una u otra forma, todos participan.

También están quienes dicen no creer en nada, pero igual comen las uvas, guardan el billete o salen con la maleta. No pierdo nada, dicen. Y en el fondo, esa frase resume muy bien el espíritu de los agüeros: no prometen milagros, solo esperanza.

Porque al final, más allá de la superstición, los agüeros son una excusa para reunirse, para reírse, para cerrar ciclos. Son una manera simbólica de decir quiero que el próximo año sea mejor, incluso cuando no se sabe cómo.

En Colombia, despedir el año no es solo una cuenta regresiva. Es un acto colectivo cargado de creencias, risas, nervios y deseos. Es una mezcla de fe popular y tradición familiar. Y aunque nadie pueda asegurar que funcionen, cada diciembre, puntuales, los agüeros vuelven a aparecer. Como si el país entero, por un momento, decidiera creer que sí se puede empezar de nuevo.


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