Y si de dinero se trata, hay quienes no se despegan de un billete durante la medianoche. Lo guardan en el bolsillo, en la mano o debajo del plato. La creencia es sencilla: si empiezas el año con plata, no te va a faltar. Lo mismo pasa con no prestar dinero el 31 de diciembre o el primero de enero. Prestarlo sería, según la tradición, regalar la abundancia del año que comienza.
El baño también tiene su ritual. Bañarse justo después de las doce es, para muchos, una forma de renovarse, de dejar atrás el cansancio del año viejo. Algunos agregan hierbas, flores o perfumes al agua. Otros simplemente se meten bajo la ducha con la idea de empezar limpios. No importa el método, importa el significado.
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Pero quizás uno de los agüeros más emotivos es el del muñeco de Año Viejo. Hecho con ropa usada, cartón, aserrín o trapos, representa todo lo malo que se va: frustraciones, dolores, rabias, pérdidas. A veces se le pone un papel con aquello que se quiere dejar atrás. Al quemarlo, no solo se despide el año, también se hace una especie de catarsis colectiva. El fuego consume lo viejo y deja espacio para lo nuevo.
Aunque muchos de estos agüeros se practican de forma casi automática, detrás de ellos hay algo más profundo: la necesidad de sentir control. En un país donde la incertidumbre es parte del día a día económica, social, personal, los rituales ofrecen una sensación de orden. No garantizan nada, pero tranquilizan.
Lo curioso es que, incluso en tiempos de tecnología, redes sociales y vidas aceleradas, estas tradiciones no desaparecen. Al contrario, se reinventan. Hoy hay videos en TikTok enseñando cómo hacer los agüeros correctamente, listas virales con combinaciones de rituales y hasta memes que se burlan de quienes olvidaron ponerse la ropa interior amarilla. Pero, de una u otra forma, todos participan.
También están quienes dicen no creer en nada, pero igual comen las uvas, guardan el billete o salen con la maleta. No pierdo nada, dicen. Y en el fondo, esa frase resume muy bien el espíritu de los agüeros: no prometen milagros, solo esperanza.
Porque al final, más allá de la superstición, los agüeros son una excusa para reunirse, para reírse, para cerrar ciclos. Son una manera simbólica de decir quiero que el próximo año sea mejor, incluso cuando no se sabe cómo.
En Colombia, despedir el año no es solo una cuenta regresiva. Es un acto colectivo cargado de creencias, risas, nervios y deseos. Es una mezcla de fe popular y tradición familiar. Y aunque nadie pueda asegurar que funcionen, cada diciembre, puntuales, los agüeros vuelven a aparecer. Como si el país entero, por un momento, decidiera creer que sí se puede empezar de nuevo.
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