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Sucesos
La historia del sacerdote que asesinó a una mujer con una hostia envenenada
Detrás del acto sagrado se escondía una venganza personal que horrorizó al país.
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Colprensa
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Domingo, 5 de Octubre de 2025

Rafael Gallego, un honrado boticario, recibió en su negocio al sacerdote Víctor Manuel Restrepo, justo el día anterior a la tragedia. El cura acudió a la farmacia del pueblo en busca de estricnina, un alcaloide utilizado como pesticida para matar roedores y pájaros.

El presbítero le dijo a Rafael que utilizaría el veneno para acabar con unos ratones que le molestaban incansablemente en el despacho parroquial. Lo que nunca imaginó el boticario es que, por ese poco de dinero que recibió a cambio, le entregaba al asesino de su querida hija el tóxico con que la llevaría a la tumba luego de terribles dolores. Unos días antes, el asesino preparó la coartada para llevar a cabo su crimen, justo cuando se celebraba la eucaristía.

El sacerdote Víctor Manuel Restrepo aseguró desde el púlpito, durante la eucaristía, que reinaba en la población una terrible epidemia de gripa que, supuestamente, llevaba a la muerte en pocos momentos a los pacientes. Por tal motivo, el sacerdote recomendaba profundamente a sus fieles confesarse y comulgar para estar preparados para pasar a la eternidad de un momento a otro. Así, de forma repentina, llegaba la muerte y era necesario estar confesados.


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Esta prédica no era otra cosa que la preparación del crimen horrendo, con todo el lujo de premeditación que pudo darse el más refinado criminal. Necesitaba que la joven, que era blanco de sus odios, se acercara a la sagrada mesa de la eucaristía para darle muerte en la forma consagrada de una hostia. Este relato corresponde al cronista judicial que publicó en Vanguardia este crimen, uno de los más atroces en la historia del país y que ocurrió a mediados de 1921, pero cuyo homicida fue capturado solo hasta el 8 de marzo de 1922, hace casi un siglo.

Así gritó el asesino

A mediados de 1921, la joven Ana Gallego, hija del boticario del pueblo, acudió a la iglesia un domingo, como era su costumbre como fiel cristiana. Ese día recibió la comunión del sacerdote Víctor Manuel Restrepo, un joven que los periódicos señalaron como “muy bien parecido” y recientemente ordenado en el Seminario de Manizales. El cronista judicial de Vanguardia relató que “pasada la ceremonia religiosa, habiendo regresado la señorita Gallego a su casa, se sintió presa de terribles dolores. Parecía como si un fuego extraño se le hubiera introducido en las entrañas y la devorara.

Llamado un médico, se concluyó que la joven fue envenenada”. Pasaron solo 20 minutos para que el tóxico cumpliera su efecto mortal. No obstante, Rafael Gallego, sin saber para ese entonces que el sacerdote era el asesino de su hija, le pidió que acudiera urgente a su casa para que le impartiera la última absolución y pudiera morir en paz.

“El padre intentó, en su desespero, propinar a su hija un vómito para liberarla de lo que le producía el dolor, pero justo en ese momento el sacerdote Víctor Manuel Restrepo intervino gritando: ‘¡Cuidado! Después de comulgar no se puede provocar el vómito, porque es un horrendo sacrilegio...’. Minutos después, la joven murió tras un terrible padecimiento”, advierte el reporte de prensa.

La sospecha sobre el envenenamiento hizo que las autoridades investigaran el caso en detalle. El cuerpo fue sepultado, pero luego se ordenó su exhumación para efectos de una necropsia. “Hechas las primeras averiguaciones, se logró establecer que la joven no había ingerido ese día otra cosa distinta a la hostia consagrada, que había recibido de manos del párroco. Las sospechas recayeron sobre el cura Víctor Manuel Restrepo”, advierte el reporte publicado en Vanguardia.


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“Las vísceras de la joven fueron enviadas al Laboratorio Toxicológico de Bogotá para un riguroso examen”. El resultado del análisis se conoció casi seis meses después, en marzo de 1922. El juez del Circuito Judicial, Tulio Gómez, recibió el resultado de la necropsia, donde se registran trazas de estricnina, por lo que se expidió una orden de captura contra el sacerdote Víctor Manuel Restrepo. Una vez se conoció la muerte de la joven, el religioso fue llamado por la Curia, pero, luego de elevar sus descargos en los que se declaraba inocente, el clérigo fue regresado sin investigación a la parroquia.

“El sacerdote fue llevado a la cárcel de Manizales. Muchas personas han declarado en relación con este horrendo crimen, y son muchas las que han dado indicios graves, casi vehementes, sobre la culpabilidad del párroco”. Los cronistas judiciales entregaron lo que ellos consideraron la versión de lo que ocurrió en este crimen.

Los motivos del crimen

Se cree que el cura Víctor Manuel Restrepo “sostenía cierta clase de relaciones con la maestra de escuela del pueblo, una bella muchacha recién graduada de la Escuela Normal, y que cierto día, cuando el padre se hallaba solo en su despacho con la maestra, fue sorprendido por la joven Gallego, quedando desde entonces confirmados los comentarios que circulaban. Desde entonces, el párroco solo persiguió la manera de eliminar a la persona que podía divulgar en la población su deshonor. En su odio se propuso apelar hasta el último recurso para satisfacer su secreta venganza.

En largas horas, en la alcoba, fraguó en extensas veladas el tenebroso plan que habría de llevarlo a la cárcel, y que en otro país hubiera terminado en el cadalso”.

La suerte del sacerdote y su sentencia se perdió en los anales del periodismo de hace cien años. Lo cierto es que se comprobó que el veneno con el que fue asesinada la joven fue comprado por el cura en la botica del padre de la víctima y que ese día, cuando se preparaba para ejecutar el macabro plan, se despidió con una sonrisa y una bendición del boticario Rafael Gallego.


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