Un video grabado en el aula de una universidad argentina se volvió viral en las últimas horas luego de mostrar a una profesora perdiendo la calma al descubrir que, según afirma, todos sus estudiantes habían entregado trabajos hechos con inteligencia artificial. La escena, difundida en redes sociales como Facebook e Instagram por cuentas de contenido viral, generó una avalancha de reacciones y reabrió una pregunta urgente: ¿Cómo regular el uso de estas herramientas en la educación superior?
Hasta el momento, no hay confirmación oficial de la identidad de la profesora ni de la universidad, y el registro circula principalmente en páginas virales y radios locales, sin contexto completo ni versión institucional. Por eso, el caso se toma como un ejemplo de la tensión creciente entre docentes, estudiantes y tecnología, más que como un expediente cerrado.
Diversas universidades en el mundo ya han empezado a responder con políticas más matizadas: permitir el uso de IA bajo ciertas condiciones, exigir que se explicite cómo se utilizó, reforzar la autoría mediante instancias orales o procesos de borrador y actualizar los reglamentos de integridad académica para incluir estas herramientas.
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El caso argentino reaviva discusiones que atraviesan las aulas de toda Latinoamérica: ¿usar IA para corregir, estructurar o inspirar un texto es fraude o parte de las nuevas competencias digitales? ¿Puede una docente acusar a todo un curso sin evidencia individual ni mecanismos para que el estudiantado demuestre su autoría? ¿Tiene sentido seguir pidiendo trabajos que una IA puede generar en segundos?
Expertos en educación superior recomiendan dejar atrás la lógica del “cazador de trampas” y avanzar hacia reglas transparentes y evaluaciones que exijan pensamiento propio, trabajo con fuentes reales, proyectos situados, procesos en varias etapas y espacios donde el estudiante explique qué hizo, con o sin IA.
Mientras el video sigue circulando y acumula comentarios entre la indignación, el apoyo a la profesora y las bromas, algo queda claro: la inteligencia artificial ya está en el salón de clase. Lo que falta no es un nuevo regaño viral, sino políticas claras, formación docente y un acuerdo honesto sobre cómo aprender, y evaluar, en tiempos de algoritmos.