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Históricos
El templo masónico cucuteño
La construcción tuvo un costo de $625 mil pesos y fue entregada e inaugurada el 20 de julio de 1976.
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Sábado, 14 de Diciembre de 2024

En anteriores crónicas escribí algunos relatos sobre la figura y la historia de esa tradicional hermanad que se regó por todo el mundo occidental. Se sabe que en Colombia o, mejor dicho, al “Nuevo Mundo”, llegó en el último cuarto del siglo XVIII, y fue en la capital d la Nueva Granada donde se organizaron las primeras logias nacidas de las prohibiciones y la sed de independencia que se respiraba entonces.

En el valle de Cúcuta, nos cuenta Jaime Contreras Valero, en su libro “Sociedad de Artesanos, 100 años de historia” que la primera logia fundada en la ciudad data del año 1864, el 4 de diciembre para ser exactos cuando empezó sus actividades la logia Estrella del Norte. En adelante aparecieron otras logias como la Bella Esperanza No.7 en 1883, Estrella Boreal No.9 y oficialmente, en 1933, el 27 de octubre, es reconocida la iniciación de la logia Sol de Santander No. 14 y aceptada por parte de la Gran Logia Nacional de Colombia, a medida que pasaba el tiempo fueron creándose otras logias que para efectos de esta crónica no son necesarias enumerar.

Ahora bien, la francmasonería o simplemente masonería, ha dejado de ser considerada por sus mismos miembros ya no como una sociedad secreta, que lo fue en sus orígenes, a ser calificada simplemente como una corporación filantrópica y discreta.

Para el desarrollo de sus objetivos que no son otros que la búsqueda de la verdad, el estudio filosófico de la conducta humana, de las ciencias y de las artes, y el fomento del desarrollo social y moral del ser humano, quienes definen como hombres libres y de buenas costumbres y para ello ejemplifica sus enseñanzas con símbolos y alegorías. Los masones se reúnen en logias o lugares también llamados Talleres con sus respectivos nombres, como se deduce de la anterior narración, en los cuales se practican actos ceremoniales o ritos. Las reuniones o asambleas de masones se llaman tenidas, las cuales pueden rituales, de comité o de familia, llamadas también tenidas blancas. Dicho lo anterior, abordemos el tema del título: El templo masónico de Cúcuta.

Desde la primera aproximación al tema en 1963, conocí el lugar. Siempre me pareció algo misterioso, pero nada extraordinario, sin embargo, no tenía nada de similar a su símil de Bogotá donde en alguna ocasión tuve la oportunidad de conocer, aunque sin penetrar más allá de la entrada, en una época todavía considerada tabú y prohibida para los profanos como yo. Sólo gracias a la relación con mi padre y el acompañamiento de Hermano masón autorizaron mi entrada. El templo masónico es el espacio físico donde se celebran las tenidas.

El templo debe ser construido siguiendo unas precisas reglas simbólicas, constituido por un salón rectangular de un solo espacio y sin ventanas, el cual se define como una representación del mundo y del cosmos. Simbólicamente debe estar orientado hacia el este, entre otras muchas características y simbologías.

En Cúcuta, durante muchos años, el templo estuvo ubicado en una casa identificada con el número 5-67 de la avenida séptima. En uno de los artículos publicados por el doctor Alirio Sánchez Mendoza narra que el inmueble, inicialmente un lote de terreno de algo más de 1.200 metros cuadrados, fue adquirido en usufructo, autorizado por el alcalde municipal antes del terremoto en febrero de 1872 por el Hermano Albert Rowen, para construir una casa de habitación. Se sabe que después del cataclismo de 1875, el lote aún no había sido construido y que cuando comenzó la reconstrucción, la compañía Van Diessel Rode, en la que trabajaba el señor Rowen se encargó de construir la casa que posteriormente entregaron a la Logia Sol de Santander, según consta en la escritura 830 del 17 de diciembre de 1938 de la Notaría Primera, sin estudio previo de tradición. Realizada esta cesión, la hermanad procedió a emprender las adecuaciones necesarias para desarrollar sus actividades enmarcadas dentro de las estrictas normas establecidas. El inmueble cumplió con sus funciones hasta el año 1974, sin que se le hubiera hecho mantenimiento y la casona fue deteriorándose a tal punto que amenazaba derrumbarse y causar una tragedia mayor. Ante la inminencia de un desastre, el Venerable Maestro de la Logia Sol de Santander inició una negociación con el propietario del inmueble vecino, don Dióscoro Méndez para venderle la propiedad dado su interés de unificar los dos inmuebles. 

Al producirse el cambio en la dirección de la Logia y asumir el nuevo Venerable Maestro, se encuentra con que el anterior directivo había firmado una promesa de venta que el recién posesionado consideraba por debajo de su valor real. Solicitó una valoración más reciente y el precio fijado por el nuevo perito no fue aceptado por don Dióscoro quien amenazó con demandar a la Logia por incumplimiento de contrato. Mientras esto sucedía, el abogado de la contraparte descubrió que el terreno que se pretendía vender no tenía derecho de propiedad pues había sido otorgado bajo la figura de usufructo y sólo demostraban su posesión por más de 40 años.

Finalmente, el conflicto se dirimió una vez se aprobó por parte del Concejo, la donación del lote y se llegó a un acuerdo financiero con Dióscoro Méndez para hacerle entrega del inmueble comprometido a finales de 1975.

Pero la hermandad de los masones locales, previendo que debían reubicarse conformaron una comisión de construcción y solicitaron a todos los miembros de la logia local que visitaran casas o lotes que pudieran convenir por su precio y ubicación para acondicionar o construir, si fuere el caso un edificio adecuado. Las averiguaciones concluyeron en la consecución de un lote de 1.200 metros cuadrados, en la urbanización Quinta Bosch, de propiedad de don Luciano Jaramillo Cabrales quien lo vendió a la logia Sol de Santander. El doctor Alirio Sánchez hizo un esbozo del que sería el nuevo Templo Masónico, que brevemente paso a reseñar: “…el exterior y el frente general debían tener el aspecto de una fortaleza o un castillo medieval con sus correspondientes almenas, altura de dos pisos y una puerta de entrada de cuatro a seis metros ornada por dos columnas, una de estilo dórico y la otra de estilo jónico y con un atrio proporcionado al cual debía llegarse por tres escalones; en el piso inferior debían proyectarse 4 o 5 oficinas… El segundo piso un gran salón de por lo menos 8 por 24 metros, con su mayor extensión de oriente occidente y un aforo de unas 100 personas sentadas…la parte central del salón, el tercer nivel, tendría dos filas de sillas enfrentadas, unas mirando el lado derecho al norte y las otras al sur puestas cercano de ellas las columnas B y J”.

El proyecto fue aprobado por la junta de construcción. Cuatro arquitectos presentaron sus propuestas, siendo adjudicado al ingeniero Fernando Mogollón. La construcción tuvo un costo de $625 mil pesos y fue entregada e inaugurada el 20 de julio de 1976.

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