El Teatro Zulima vivió una jornada de aplausos interminables, cuando se convirtió en la capital mundial de la danza infantil gracias a la edición Paris 2025 del Festival Internacional Meilleur Danseur.
En un espectáculo que fusionó ballet clásico, danza contemporánea, jazz lírico y acrobacia, más de 150 pequeños artistas provenientes de diversas ciudades y países se dieron cita para demostrar que el arte no tiene fronteras… ni edad.
Entre coreografías impecables, tutús relucientes y zapatillas gastadas por la pasión, una agrupación cucuteña se robó el corazón del público y del jurado: Los Pollitos, un grupo de seis pequeñas bailarinas de la academia Golden Arts, que desplegaron en escena ternura, coordinación y una alegría contagiosa.
Su presentación, sincronizada hasta en el más mínimo gesto, les mereció el primer lugar en la categoría grupal Mini.
Sus nombres -Alanna Navarro, Alana Flórez, Mariangel Navarro, Abby Rey, Elena Jaimes y Bianca Suzette Guedez Montes- resonaron en el majestuoso teatro con fuerza de ovación.
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Detrás de sus trajes brillantes y sus sonrisas nerviosas, había meses de ensayo, sacrificio familiar y una vocación cultivada con cariño por sus profesores.
Pero si hubo una historia que tocó fibras y arrancó lágrimas entre la audiencia, fue la de la pequeña Bianca Suzette Guedez Montes, cucuteña con raíces venezolanas, quien no solo brilló con su grupo, sino que se alzó con el primer lugar en la categoría individual Inédito Ballet Clásico (4 a 6 años), gracias a su emotiva pieza ‘Lirio Blanco’.
“Era un cuentico que la profe me hizo, sobre una flor que dormía y luego volaba por planetas”, relató Bianca, con la sinceridad transparente de sus cuatro años. “Cuando bailé en el escenario, pensé en el lirio del cuento, y quería que todos vieran lo bonito que era soñar. Yo quería que sintieran como una flor en su corazón, algo suavecito y alegre”.
Su interpretación, cargada de sensibilidad y técnica, no solo la coronó como campeona, sino también como Bailarín Internet, un reconocimiento otorgado por votación popular en redes sociales.
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Con moño dorado, vestida de orgullo cucuteño, Bianca dio una lección de imaginación convertida en movimiento.
“Yo dije ‘¡soy de aquí!’ y me sentí muy grande, como si pudiera volar de verdad”, agregó la pequeña, con una convicción que desarma.
El evento fue mucho más que una competencia. Fue un testimonio del poder del arte como vehículo de identidad y esperanza, especialmente en una región como la frontera colombo-venezolana. Así lo expresó Angie Jaimes, directora de Golden Arts:

“Esto también es el esfuerzo de los papás, que esperan horas en la sala de ensayo, que hacen sacrificios con sus sueldos. Ver sus caritas de felicidad, verlos ilusionados, es reconfortante. No hay que cambiar la meta, sino la forma de llegar a ella”, aseguró.
Jaimes destacó además el papel de los padres comprometidos y de las niñas con mayor experiencia que, lejos de competir, guiaron a sus compañeras más pequeñas. “Eso es lo más valioso: cuando el arte también forma seres humanos generosos y solidarios”.
El festival Meilleur Danseur dejó claro que la danza es más que técnica: es emoción, comunidad y sueños que se ensayan en zapatillas pequeñas. Cúcuta no solo fue anfitriona; fue epicentro de talento y cuna de artistas que, como lirios valientes, ya empiezan a florecer.
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