

El avance acelerado de la inteligencia artificial, la computación cuántica y la biología sintética plantea una revolución en todos los ámbitos: desde la economía hasta la gobernanza, pasando por la seguridad y la vida cotidiana.
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El empresario Mustafa Suleyman, cofundador de DeepMind y actual director ejecutivo de Microsoft I.A., advierte que el mundo no está preparado para el impacto de estas tecnologías.
La proliferación de sistemas autónomos, impresoras de ADN y armas inteligentes, entre otros desarrollos, representa un desafío sin precedentes para la estabilidad institucional y el orden global.
En La ola que viene, editado por Debate, Suleyman analiza los riesgos y oportunidades de esta transformación. El autor plantea un dilema central: evitar el desastre sin caer en un régimen de control extremo.
Lea a continuación un fragmento del libro para profundizar en este debate crucial.
Fragmento
Casi todas las culturas tienen un mito sobre un diluvio. En los antiguos textos hinduistas, Manu, el primer hombre de nuestro universo, es advertido de la llegada inminente de una inundación y acaba siendo el único superviviente. En la Epopeya de Gilgamesh, el dios Enlil destruye el mundo con un enorme diluvio, una historia que resultará familiar a aquellos que estén familiarizados con la del arca de Noé del Antiguo Testamento.
De la misma manera, Platón hablaba de la Atlántida, la ciudad perdida que fue devastada por un inmenso torrente. Las tradiciones orales y los escritos antiguos de la humanidad están empapados de la idea de una ola gigante que arrasa todo a su paso y que reconstruye el mundo y lo hace renacer.
Asimismo, los diluvios también marcan la historia en un sentido literal: las crecidas estacionales de los ríos más caudalosos del mundo, la subida del nivel del mar tras el final de la Edad del Hielo o la infrecuente conmoción de cuando un tsunami aparece de repente en el horizonte. El asteroide que causó la extinción de los dinosaurios creó una inmensa ola kilométrica que alteró el curso de la evolución.
Así, la fuerte potencia de esas olas se ha grabado en nuestra conciencia colectiva, como muros de agua imparables, incontrolables, incontenibles. Se trata de algunas de las fuerzas más poderosas del planeta. Moldean continentes, irrigan los cultivos del mundo y nutren el crecimiento de la civilización.
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Otros tipos de olas han sido igual de transformadoras. Fíjate de nuevo en la historia y la verás marcada por una serie de olas metafóricas, como el auge y la caída de imperios, de religiones, de estallidos de comercio. Piensa en el cristianismo o en el islam, unas religiones que empezaron siendo pequeñas ondas antes de erigirse y propagarse sobre enormes extensiones de la Tierra. Olas como esas son un fenómeno recurrente que enmarca el flujo y el reflujo de la historia, de grandes luchas de poder, y de expansiones y caídas económicas.
El auge y la expansión de la tecnología también han tomado forma de olas capaces de cambiar el mundo. Desde el descubrimiento del fuego y de las herramientas de piedra, una única tendencia predominante ha resistido la prueba del paso del tiempo. Casi todas las tecnologías fundacionales que se han inventado, de las piquetas a los arados, de la cerámica a la fotografía, de los teléfonos a los aviones y todas las demás cumplen una única ley inmutable: se vuelven más baratas y más fáciles de usar y, con el tiempo, proliferan a lo largo y ancho del planeta.
Esa proliferación de tecnologías en oleadas es la historia del Homo tecnologicus, del animal tecnológico. El empeño de la humanidad de perfeccionar nuestra suerte, nuestras capacidades, la influencia que tenemos sobre nuestro entorno y a nosotros mismos ha impulsado una evolución incesante de ideas y de creación. La innovación es un proceso emergente, en expansión, impulsado por inventores, académicos, empresarios y líderes autoorganizados y altamente competitivos, cada uno de los cuales avanza con sus propias motivaciones. El ecosistema de la innovación tiende por defecto a la expansión. Esa es la naturaleza inherente de la tecnología.
La pregunta es: ¿qué ocurre a partir de aquí? En las siguientes páginas relataré la próxima gran ola de la historia.
Mira a tu alrededor. ¿Qué ves? ¿Muebles? ¿Edificios? ¿Teléfonos? ¿Comida? ¿Un parque embellecido? Con toda probabilidad, casi todos los objetos en tu línea de visión han sido creados o modificados por la inteligencia humana. El lenguaje, que es la base de nuestras interacciones sociales, de nuestras culturas, de nuestra organización política y, tal vez, de lo que significa ser humano, es otro producto y motor de nuestra inteligencia.
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Cada principio y concepto abstracto, cada pequeño esfuerzo o proyecto creativo y cada encuentro en tu vida han sido mediados por la capacidad única e infinitamente compleja de nuestra especie para la imaginación, la creatividad y la razón. El ingenio humano es algo asombroso.
Solo otra fuerza es igual de omnipresente en este escenario: la propia vida biológica. Antes de la edad moderna, aparte de algunas rocas y minerales, la mayoría de los artefactos humanos —desde las casas de madera hasta la ropa de algodón y las hogueras de carbón— provenían de elementos que en algún momento tuvieron vida. Todo lo que ha llegado al mundo desde entonces emana de nosotros, del hecho de que somos seres biológicos.
No es una exageración decir que la totalidad del mundo humano depende, o bien de sistemas vivos, o bien de nuestra inteligencia, y, sin embargo, ambos se encuentran en un punto de innovación y de agitación exponenciales sin precedentes, de un crecimiento incomparable que dejará bien poco intacto. Una nueva ola de tecnología está empezando a romper en torno a nosotros, y está desatando el poder de diseñar estos dos fundamentos universales; es una ola nada más y nada menos que de inteligencia y de vida.
Son dos las tecnologías clave que definen la ola que viene: la inteligencia artificial (IA) y la biología sintética. Juntas marcarán el inicio de un nuevo amanecer para la humanidad, y crearán riqueza y excedentes como nunca antes se han visto. No obstante, la rapidez con la que proliferarán también amenaza con dar el poder a una variada gama de actores para desencadenar trastornos, inestabilidad e incluso catástrofes de escala inimaginable. Esta ola plantea un inmenso reto que definirá el siglo XXI: nuestro futuro depende de estas tecnologías, pero, al mismo tiempo, se ve amenazado por ellas.
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A día de hoy, parece que contener esta ola —es decir, controlarla, frenarla o incluso detenerla— no es posible. Este libro se plantea el porqué de esa afirmación y lo que significaría si fuera cierto. Las implicaciones de esas preguntas acabarán afectando a todos los que estamos vivos y a todas las generaciones que nos sucedan.
Por mi parte, considero que la ola de tecnología que viene llevará a la historia de la humanidad a un punto de inflexión y, si contenerla es imposible, las consecuencias que tendrá para nuestra especie serán dramáticas y potencialmente nefastas. Del mismo modo, sin sus frutos nos quedaremos indefensos y en una situación precaria. Esto es algo que he expuesto en repetidas ocasiones en privado a lo largo de la última década, pero, debido a que las repercusiones se han vuelto cada vez más difíciles de ignorar, es hora de que lo comparta.
El dilema
El hecho de contemplar el profundo poder de la inteligencia humana me llevó a plantear una sencilla pregunta, que lleva consumiendo mi vida desde entonces. ¿Qué pasaría si pudiésemos destilar la esencia de lo que hace que los seres humanos seamos tan productivos y capaces y la convirtiéramos en un software, en un algoritmo? Puede que encontrar la respuesta a esta cuestión desbloquee unas herramientas de poder inconcebible que ayudarían a afrontar los problemas más complejos a los que nos enfrentamos. Desde el cambio climático hasta el envejecimiento de la población, pasando por los alimentos sostenibles, esa podría ser una herramienta, imposible pero extraordinaria, que nos asistiera frente a los increíbles retos de las próximas décadas.
Con esto en mente, en el verano de 2010 cofundé una empresa llamada DeepMind con dos amigos, Demis Hassabis y Shane Legg, en una pintoresca oficina de la época de la Regencia con vistas a la Russell Square de Londres. El objetivo que teníamos, que en retrospectiva aún parece tan ambicioso, descabellado y esperanzador como en aquel momento, era replicar justamente lo que nos distingue como especie, es decir, nuestra inteligencia.
Para lograrlo, tendríamos que crear un sistema que fuera capaz de imitar y, en última instancia, superar todas las capacidades cognitivas humanas, desde la visión y el habla hasta la empatía y la creatividad, pasando por la planificación y la imaginación. Dado que un sistema así aprovecharía el procesamiento paralelo de los superordenadores y la explosión de vastas fuentes de datos nuevas procedentes de todo el ancho de la web abierta, sabíamos que incluso un mínimo avance hacia ese objetivo tendría profundas implicaciones para la sociedad.
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