Servir a su patria era el más preciado sueño de Alejandro Zapata, un cucuteño que por poco pierde la vida al realizar una increíble hazaña en el aire, logrando aterrizar un avión que estaba casi destruido por una explosión de granada.
Su historia, que hoy lo convierte en héroe, inició en 1995 cuando su pasión por volar y dar honra a su país lo llevó a inscribirse como oficial a la Armada Nacional, inspirado por su hermano.
Si bien es cierto, inicialmente su trabajo no se centraba en volar. Una vez finalizada su formación en la Escuela Naval Almirante Padilla y siendo jefe de logística de la Fuerza Naval del Sur en el Putumayo se presentó a la convocatoria para oficiales al curso de piloto.
Desde ese momento, inició su vida en los cielos. Sin embargo, su carrera acabó prematuramente, aunque su última hazaña en un avión, es recordada como uno de los actos más heroicos.
El trágico día
Todo ocurrió un martes 27 de marzo del 2007, cuando Alejandro en sus labores asignadas para ese día, no le correspondía volar, pero la vida había trazado para él otro destino.
Él se encontraba haciendo unas pruebas a una aeronave que estaba en mantenimiento y fue asignado como piloto instructor del avión. Sin embargo, los pilotos que debían estar disponibles en ese momento para hacer traslados y otras funciones, se les presentaron inconvenientes. Uno de ellos estaba incapacitado y el otro se iba a casar, entonces fue Alejandro el designado para pilotar el Cessna modelo 206.
“La orden era transportar personal y material. Tenía que llevar unas personas a El Encanto y traer otras de El Encanto a Puerto Leguízamo. El personal eran dos oficiales, una enfermera y el técnico de la aeronave. En total, éramos cinco personas. Despegamos como a eso de las 10:40 de la mañana”, relató el teniente.
La ruta trazada tenía una duración de una hora y 15 minutos, eran aproximadamente 150 km. Alejandro mencionó que las personas abordaron normalmente y el vuelo había transcurrido sin problemas. Un total silencio embargó el avión durante el transcurso.
Lo que no sabía el piloto cucuteño, es que uno de los tripulantes era Fabián Hernández Toca, teniente de la infantería de Marina, que estaba involucrado en presuntos hechos delictivos de corrupción dentro de la institución.
No iba esposado, pues la orden que recibió Alejandro era la de transportarlo como una persona normal que necesitaba llegar a la base de Puerto Leguízamo, sin ni siquiera pensar que Hernández ya había planeado no llegar con vida.
“Ya finalizando el vuelo, cuando yo iba preparando todo para el aterrizaje, como a 8.000 pies de descenso, escuché una explosión, pero yo no sabía qué era. Por el estallido, se rompió el vidrio frontal del avión, mi puerta se desprendió y se fue al vacío, la puerta de carga se abrió, mi silla se calló. A mi se me salieron las piernas del avión y no tenía mis instrumentos completos de vuelo”, mencionó Alejandro.
Comenta que su preocupación en ese momento, no era fijarse si tenía sus piernas completas o si estaba herido. Solo había una cosa en mente: aterrizar el avión.
La explosión que causó graves daños al diseño de la aeronave, por fortuna no afectó su motor, por lo que con extrema dificultad y sin el funcionamiento de sus piernas, el piloto cucuteño realizó la más atrevida hazaña para lograr aterrizar y evitar que todos perdieran la vida por el impacto de la aeronave al caer en tierra.
“Yo no me di cuenta de la sangre ni le presté atención a lo que me había pasado, mi afán era aterrizar y el técnico que iba al lado mío me ayudó a sentarme con él. Yo vi al teniente, que hoy en día supe que fue el que accionó la granada, y le decía que tuviera cuidado que no se fuera a salir de la silla y puse el avión a planear a 8.000 pies”, comentó.
En tres o cuatro minutos en un aterrizaje forzoso Alejandro hizo una maniobra a máxima potencia para evitar los árboles, logrando suavizar la caída. Desde el momento, al tocar tierra, perdió su conciencia y no fue sino hasta una semana después que se enteró de los detalles.
Los tripulantes cayeron a unos kilómetros de Puerto Leguízamo, así que los primeros en auxiliarlos fueron unos indígenas y un señor de la tercera edad llamado Tobías. Ellos son los que logran avisar exactamente donde cayeron, además los atendieron y lograron controlar las hemorragias.
Solo una persona murió en este accidente y es quien accionó la granada, el teniente Hernández Toca por consecuencia de las heridas de la granada y no por el aterrizaje forzoso.
Las secuelas
El accidente le produjo múltiples heridas a Alejandro, entre ellas, unas cicatrices en la región frontal izquierda, presentó una fractura en la órbita del ojo derecho, además de una neuropatía crónica de los nervios ciáticos, “toda mi pierna derecha está de adorno, pero gracias a Dios me funciona”, menciona.
Además, la cabeza del fémur por el impacto de la granada se movió, entonces tuvieron que reemplazarle el total de la cadera derecha, lo que a su vez generó una discrepancia del miembro inferior de 4 centímetros, por lo que la pelvis le quedó torcida. Es decir, cuando pisa el suelo, tiene un pie más arriba que otro, también la dificultad para mover el brazo izquierdo; entre otras afectaciones físicas.
Sin embargo, lo que más afectó la vida de Alejandro, fueron las secuelas emocionales. Le diagnosticaron trastorno de estrés postraumático crónico, más episodios depresivos severos y fue allí, donde María Margarita Sánchez, su compañera de vida, de tragedias y ahora de victorias, le brindó la fuerza necesaria para salir adelante.
Claramente las lesiones sufridas en este accidente no permitieron que Alejandro siguiera en la Armada por lo que fue retirado y tiempo después condecorado por Juan Manuel Santos, en ese entonces Ministro de Defensa.
A pesar de esto, no hubo mejor premio para él que seguir con vida y disfrutar de sus dos hijos, Alejandro (que tenía unos pocos meses de nacido cuando ocurrió el accidente) y Valentina que nació dos años después.
Hoy su vida está enteramente dedicada a su familia (pensionado) y a verlos crecer y compartir con ellos cada instante que le sea posible.