Bautizado como Cerro Pastel gracias al tradicional arte de sus habitantes, este sector de Belén es una de las tres zonas periféricas que hacen parte del popular barrio de la comuna 9. Hoy, solo los persistentes mantienen vivo su espíritu.
En el pasado, era famoso por la gran cantidad de fabricantes y vendedores que subían y bajaban la cuesta de la calle 33 con canastas y carritos, envueltos en un característico aroma a tradición y ají.
Veintiséis años después, el legado se desvanece con el paso del tiempo. De los numerosos fabricantes de antaño, al menos tres familias conservan sus raíces pasteleras en un ejemplo vivo de superación y esperanza.
La familia de Carlos Diego Gutiérrez y Martha Cecilia Aguilar son parte de ese legado en el que cumplen 24 años.
Gutiérrez era un joven que lustraba botas en el Parque Santander hasta que cumplió 17 años en esa labor. Pero, luego de un tiempo, la situación en su oficio se tornó complicada y se vio obligado a cambiar de profesión. Martha, su esposa, había heredado de parte de su madre la costumbre de la hechura de pasteles, morcillas y hayacas.
Motivados por nada más que el deseo de seguir con sus vidas y solventar a su familia, decidieron lanzarse al ruedo con unos pocos pasteles que ellos mismos prepararon con el conocimiento obtenido de su suegra.
Iniciaron la venta en el barrio La Pastora, donde vivieron durante unos pocos años, hasta que se trasladaron a Cerro Pastel, entre la calle 34 con avenidas 23 y 24, donde han cumplido 15 años.
Una producción familiar
En la ya tradicional vida de Carlos, parte de su rutina es irse a la cama a las 9:00 de la noche para levantarse con la mayor disposición a la 1:30 de la mañana. Amasa y prepara la harina hasta las 2:30 de la madrugada, hora en la que llama a su esposa para continuar con la armada de los pasteles y la preparación de los guisos.
A las 5:15 de la mañana, los pasteles están listos para freír. Mientras él y su esposa terminan este proceso, su hijo menor, de 16 años de edad, ya está despierto para ayudar a preparar el agua de panela, la avena y dar una mano en lo que se necesite.
Finalmente, a las 7:30 de la mañana, los pasteles están empacados en su carro de ventas, listos para salir a su puesto frente al parque principal de Belén.
Superación y esperanza
La llegada de la pandemia no ha sido el único bache al que la familia Gutiérrez Aguilar se ha enfrentado; desde el inicio, han pasado por una gran cantidad de situaciones que les plantea la idea de cambiar de oficio, pero, al tener ya el conocimiento y el apoyo familiar, se han fortalecido a sí mismos para sortear los obstáculos.
“La cuarentena fue bastante complicada. Estuvimos quietos en la casa y los recursos fueron bajando hasta que el plante con el que contábamos se agotó. Pero gracias a que hemos tenido buena salud y somos valientes, nos armamos de valor para retomar nuestra labor. Ahora estamos empezando casi desde cero”, relató Carlos Gutiérrez.
Otro de los problemas más frecuentes al que la familia se enfrenta, como muchas otras en Cúcuta, es el alza en los productos. Y siendo el pastel un alimento que en el barrio Belén se suele encontrar a precios económicos, no es rentable subir el costo o las ventas disminuyen.
A pesar de esto, han sabido adaptarse y superarse, con la familia como eje que los mantiene a flote. Gracias a las ganancias de este oficio es que las dos primeras hijas de Carlos y Martha lograron ser bachilleres y se encaminaron a sus estudios profesionales.
(De las muchas familias que antes se dedicaban a la pastelería, hoy solo persisten tres de ellas. / Foto Luis Alfredo Estévez La Opinión).
Un pastelero que no ‘tira la toalla’
Durante los últimos años, Édgar Suárez fue conocido por todo Cerro Pastel y el barrio Belén por ser un fabricante que se mantenía invicto con la tradición pastelera. Y hoy, ni siquiera su enfermedad ha hecho que se retire del todo del arte al que ha entregado su vida.
“Me dediqué muchísimos años a esta labor, hasta que hace cinco años me dio una enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC). Estuve hospitalizado y el médico me dijo que ya no podía continuar con nada de cocina. Esto me obligó a acabar con la pastelería, aunque no por completo”, narró.
Suárez llegó hace más de 45 años a Cúcuta desde la ciudad de Bucaramanga, cuando vio un clasificado en el antiguo diario La Frontera en el que solicitaban un joven vendedor de pasteles. Con toda su disposición por construir su vida en la Perla del Norte, tomó el trabajo y comenzó como vendedor, hasta que aprendió a hacerlos él mismo.
Entonces, su madre se mudó con él desde Bucaramanga y lo ayudó durante muchos años con la preparación. Lo primero que hizo fue salir a buscar escuelas y colegios, quienes fueron sus más grandes compradores.
Su sazón, buena energía y optimismo fue tal, que llegó a tener un numeroso grupo de vendedores que repartían sus productos por diferentes partes de la comuna 9. En sus años gloriosos, Suárez iniciaba su día a las 6:00 de la mañana y preparaba entre 600 y 700 pasteles.
Cuando conoció a su esposa, ella se le unió en la labor. Incluso sus hijos lo ayudaban a entregar los encargos, pero, conforme pasaban los años, con ellos la tradición cesó y solo su esposa continuó junto a él como su mano derecha.
Hace 7 años, ella falleció y el negocio familiar fue decayendo. “Luego vino el EPOC, quedé solo y no fui capaz de continuar durante un tiempo”.
A pesar de esto, Suárez todavía no ‘tira la toalla’. De vez en cuando, hace entre 50 y 80 pasteles, y ahora que no puede caminar demasiado por su enfermedad, los lleva en la parrilla de su moto, porque así como Carlos y Martha, Edgar aún no deja desvanecer el propósito del nombre de Cerro Pastel.