Antes conocido por ser un territorio de chircales artesanales, los primeros habitantes que llegaron al asentamiento Panamericano eran, en su mayoría, empleados dedicados a la construcción, quienes sustentaron a sus familias durante 20 años con este oficio hasta que se reglamentó el cierre de las fábricas por políticas ambientales.
El terreno se caracterizaba por la afluencia de cabras, debido a las montañas de maleza y espinos que con esfuerzo fueron niveladas por los fundadores. Entre ellos, las familias Archila, Contreras, Delgado y Romelios. Una de las matriarcas, con 82 años, aún vive.
“Durante la invasión, cada casa era como una quinta, porque abarcaba casi una cuadra completa, pero con los años redondearon los lotes y el barrio fue poblándose”, relató Maria del Carmen Quintero, presidenta de la Junta de Acción Comunal (JAC).
Más antiguo que el barrio Aeropuerto, adquirieron la personería jurídica en el año 1971. Hoy Panamericano está compuesto por ocho cuadras, y de los antiguos chircales no queda nada más que un rezago en la diagonal 13 con 9 en recuerdo de las raíces comunales.
De la anterior unidad comunitaria, tampoco queda mucho, pero sí un deseo de emprender, evidente en los talleres de costura, fábricas de plástico y tiendas.
“Por aquí nadie viene”
“Aquí en el barrio Panamericano no hay nada. No tenemos un parque, ni iglesia, sino una cancha llena de barro. Somos un barrio muy abandonado por el gobierno municipal y departamental”, expresó la presidente de la JAC.
Aunque la cancha tiene arcos, están oxidados y podridos por el agua, sin malla y cubiertos de maleza alrededor. Con frecuencia, la tierra permanece convertida en barro, un peligro para los adultos mayores que viven alrededor.
Quintero señaló que desde la JAC se pasó un proyecto a la Gobernación de William Villamizar para la adecuación de la cancha de tierra en una polideportiva, con biosaludables, parque para los niños, zonas verdes, parqueadero y espacios para el esparcimiento social, pero aunque el proyecto fue aprobado, para la comunidad quedó en palabras y papel.
“Vinieron, visitaron, cotizaron un presupuesto por mil millones, pero nada sucedió. Nos quedamos con el diseño hecho y las expectativas por el suelo”.
La lucha por la escuela
“La escuela fue construida a mano y pulso de los primeros padres de familia del barrio. Los ladrillos se traían de los chircales uno a uno para construirla”, contó Quintero.
Ahora, tras una serie de adecuaciones al lugar, la comunidad expresa su inconformidad por la edificación de salones en donde antes quedaba el patio. Señalan que, una vez los niños puedan regresar a clases presenciales, las opciones para recrearse serán nulas.
Sumado a esto, un gran porcentaje de ellos fueron trasladados de allí a una sede en el barrio La Ínsula. Quintero agregó que, además de tener que caminar largos trayectos teniendo un colegio en su mismo barrio, se ven expuestos a una avenida peligrosa por donde circula tráfico de carga pesada.
La odisea de la salud
El salón comunal, antes de convertirse en lo que es hoy, era un puesto de salud que, por circunstancias desconocidas para la comunidad, fue clausurado en el momento menos esperado.
“Ahora tenemos que trasladarnos hasta El Salado, donde se presenta una gran multitud de pacientes porque allí atienden a muchos barrios, y solo reparten un máximo de treinta turnos, un gran complique cuando se necesita atención rápida y urgente”, dijo la presidenta de la JAC.
Nueva invasión
Uno de los pocos lugares que se alzaban en Panamericano y hacían sentir orgullosos a los habitantes, era la Parroquia Cristo Sacerdote, fundada también con el sudor de su gente, pero ya hoy no los acompaña más.
“Era una iglesia muy bonita, pero con los años el terreno empezó a ceder y se cayó una parte. Llegaron otros padres mientras el derrumbe estaba ahí, hasta que demolieron el poquito que quedaba”, manifestó la lideresa.
El terreno, por considerarse de alto riesgo, no volvió a ser usado por la comunidad, aunque en ellos aún persiste la idea de aprovechar el espacio y algún día poder recuperarlo con alguna obra de menor peso como un mirador.
El proyecto del corredor turístico fue pasado a la administración, pero luego de eso no volvieron a saber nada más.
Desde hace unos meses, la zona está invadida con casas de tabla, en su mayoría, por migrantes que encontraron refugio en este sector.
Más iluminación
Desde el 2016, la JAC venía solicitando la instalación de lámparas en algunas zonas que permanecían oscuras, y aunque fueron reemplazadas y se instalaron nuevos postes, solicitan más iluminación, pues la inseguridad que viven a diario les genera una incertidumbre comunal.
“Ya han muerto algunas personas por robarlas. En esa misma calle, es un vecino el que prende la luz de su casa para iluminar un poco hacia afuera, pero el kilovatio está costoso y no puede seguir haciéndose cargo de iluminar la calle”, dijo Quintero.
Antes, veían seguido el patrullaje del cuadrante número siete por el barrio, pero señalan que desde hace un tiempo solo se les ve en contadas ocasiones. Como refuerzo y apoyo para sentirse más tranquilos al salir por las noches, solicitan mayor vigilancia.
La lideresa manifestó que la inseguridad en el barrio ha escalado a tal punto que, antes de la pandemia, incluso los niños eran robados al salir de la escuela.
Las calles fueron recuperadas
Antes de la pandemia, 11 vías críticas del barrio fueron intervenidas tras un proyecto de pavimentación, y aunque aún quedan algunas calles destapadas que necesitan ser intervenidas, la comunidad agradece que, en cierta medida, su dolor de cabeza haya disminuido.
“No había acueducto ni alcantarillado, solo el que la misma comunidad había construido años atrás, incluso una calle principal parecía calle de riesgo. En ese sentido, estamos agradecidos con el trabajo de Aguas Kpital”.