"Me decían que eran necesarios unos muertos para llegar a un mundo donde no se mataría"Albert Camus.
En este encierro largo que nos decretó el poder multicolor del mundo, por el covid-19, algunos amigos intercambiamos por la red opiniones serias, frívolas y nos entretenemos caballerosamente.
Para el encierro en la casa sugerimos trabajar, recomendar series de televisión, rescatar los clásicos del cine que guardamos en medios magnéticos, leer buenos libros y estudiar con buena música y vino. A uno de los amigos le recomendé leer o releer La Peste, la novela de Albert Camus, publicada en 1947, en plena segunda guerra mundial- con mucho simbolismo presente y futuro. Hoy sigue cobrando su vigencia.
Orán la ciudad Argelina, puede ser un continente, un país, una aldea, en la narración novelada de Albert Camus. Mi amigo que la comenzó a leer antier, me comunicó que Oran la ciudad argelina era Cúcuta, bella y fea, bulliciosa y monótona a la vez, con una población obsesionada en el enriquecimiento a como dé lugar, frenética y de rutina perenne a la vez, en busca de solidaridad. Me llevó a buscarla en mi biblioteca y volverla a repasar.
Si. Es que desde el comienzo, Camus lo lleva a uno de la mano en esa filosofía del absurdo de la que renegaba, indicándonos que la más acertada manera de conocer una ciudad es indagando como trabajamos en ella, como amamos y odiamos, como nos vamos muriendo como olvidamos.
En todas las frases asoma el pesimismo existencial de la época ¿Vale la pena vivir? La enfermedad y la muerte son el eje de esta obra del absurdo. En Orán apareció la Peste y entre nosotros, ahora en la ciudad, el continente y el mundo nos llegó, ahora, el covid-19.
Nos sorprendió con los pantalones abajo. Válganos Dios.
Estamos sitiados, en cuarentena, en emergencia social, con toque de queda y vigilancia absoluta. Y en medio de la calamidad aparecen todas las miserias de la ciudad. Las delos vivos; que acaparan para revender, la corrupción, los teguas de la medicina, los vendedores y pregoneros de milagrerías, los místicos con las profecías de Nostradamus y de Malaquías, los loteadores de paraísos y nirvanas como en el sueño de las escalinatas.
Aquí estamos como decía Camus: los que tienen miedo y los que no lo tienen, pero los más numerosos son los que no han tenido tiempo de tenerlo.
Afortunadamente hay hombres buenos. Muchos más hombres buenos que los vivos. Como el personaje que los encarna, el médico. El Doctor Rieux, que lucha y se fatiga y para contener la enfermedad con toda su fuerza y los escasos medios. Que simboliza la ética que siempre permanece como fuerza inherente a toda comunidad. Hombres buenos como el Periodista Rambert que está de paso buscando su amor, que no encuentra y se distrae luchando con el médico para derrotar la peste.
Relean la novela, o léanla hay muchos medios de hacerlo fácilmente en este encierro de la cuarentena, y encontrarán, además, como despertar sentimientos de amor y solidaridad por los demás.
Adenda: A mí no me dan comisión en Panamericana. Pero quedan dos o tres ejemplares de “La Peste” de Albert Camus. Cómprenlos.