En Colombia tenemos debates frecuentes por cualquier cosa; de hecho somos un país en el que en el día a día sucede un torrente de sucesos incontenibles, delirantes, muchos de ellos incompresibles para nosotros mismos, y peor para el mundo. No es sino mirar las dos principales noticias de la semana que pasó: el secuestro del padre del jugador Luis Díaz que nos avergonzó ante el mundo, y la carta de María Jimena Duzán solicitándole al presidente que le de la cara al país y le diga la verdad sobre si tiene o no adicción. Sobre la primera de ellas, lo más preocupante, que nos inquieta a todos, el secuestro se disparó en Colombia.
La Paz Total va mal. Si bien es un buen propósito - nadie podría estar en desacuerdo con que en su país no haya paz -, como vamos, ante todo muestra la equivocada estrategia presidencial en su implementación. Nos va mostrando la personalidad del presidente Petro, ideas buenas, mucha retórica, pésimo en la implementación. A un año de gobierno, la verdad que más que gobierno, tenemos es desgobierno. Ni para imaginar como nos vio el mundo por estos días y más por tratarse de un jugador de una de las ligas más prestigiosas.
Era de esperarse que la carta de María Jimena iba a levantar “ampolla”. Como siempre el país dividido entre los que están de acuerdo con la carta, y quienes han defenestrado como periodista de María Jimena por los términos de la carta. Las inquietudes de la carta encierran una antigua polémica constitucional y de temas de Estado. ¿Hasta dónde un presidente si tiene alguna adicción o enfermedad debe decírselo al país? La periodista tiene razón, si Petro tiene una adicción que le genere interferencia en el buen manejo de los temas de gobierno debe decirlo.
Eso de dejar “plantado” en una cumbre mundial al presidente Macron de Francia, o hacer ir a Bogotá a todos los alcaldes y gobernadores a un encuentro e igual no se hizo presente, o al presidente de Suiza quien sin necesidad de leer Cien años de Soledad empezó a entender eso que llaman Macondo cuando Petro lo dejó esperando tres horas en la Casa de Nariño, o en cerca de más de 50 citas a las que no va de una estadística que ya le llevan, muestra una actitud de comportamiento preocupante.
O en realidad el presidente tiene una adicción que debería llevarlo a hacerse un tratamiento que no implica renunciar a la presidencia, o si no es eso, mostraría otra faceta nada buena, la de haber llegado al gobierno después de una lucha de más de 100 años de la izquierda para llegar al poder, y una vez lograrlo, mostrar un resentimiento “trasnochado” que lo lleva a no cumplirle una cita a otro jefe de Estado. Muy diferentes culturalmente somos a lo que en alguna ocasión leí de un alcalde de Berlín: tardó 4 meses en entregar una obra y por pulcritud renunció. Era claro que ese alcalde no era adicto al “perico”.
Sea lo uno o lo otro, el país no va bien. No hay peor escenario para un país que el que se está cultivando aquí: una economía que va de caída – está sucediendo en el mundo -, una inseguridad alarmante, y el país no sabe si su presidente tiene una adicción que lo afecta en su tarea de gobierno.
Lo escribía la semana pasada, si hubo algo llamativo en las elecciones pasadas, un dato muy significativo e histórico, el 38% de los jóvenes en las pasadas elecciones votaron por las maquinarias, por la centro derecha. Esa encuesta debe tener muy feliz a la senadora María Fernanda Cabal. Esa inquietud al menos debería dar para que el presidente se tome muchos cafés, y siga con su adicción.