La palabra "genocidio" lleva consigo un enorme peso histórico y moral, resonando con el eco de las atrocidades más extremas que la humanidad ha cometido. Primo Levi describe el genocidio como un acto de destrucción total que no solo aniquila físicamente a las personas, sino que también intenta borrar su historia, su cultura y su memoria colectiva. Estos actos barbáricos sacuden la esencia misma de la dignidad humana y nos obligan a reevaluar los horizontes de sentido que articulan nuestras sociedades.
Desafortunadamente, el término "genocidio" es a menudo utilizado de manera imprudente y sensacionalista, especialmente en discursos políticos que buscan captar la atención pública o ganar apoyo político. Esta trivialización no solo deshonra la memoria de las víctimas de genocidios reales sino que también diluye la gravedad de este crimen y confunde a la sociedad civil.
Uno de los elementos centrales para calificar un acto como genocidio es su intencionalidad o “dolo especial”. No es suficiente que las acciones resulten en la destrucción de un grupo; debe haber una intención específica detrás de esas acciones. Esto diferencia el genocidio de los crímenes de guerra o los crímenes contra la humanidad, que se centran en la generalidad y sistematicidad de los actos violentos contra civiles.
León Tolstoi dijo una vez, "Creer en una idea exige vivirla". Si nos consideramos verdaderos humanistas, no podemos permanecer ajenos a las acusaciones de genocidio, como las dirigidas contra el estado de Israel. Las imágenes de niños heridos, hogares destruidos y personas luchando por sobrevivir en condiciones inimaginables golpean el corazón y recuerdan la fragilidad de nuestra existencia así como la importancia de la solidaridad.
Cuando figuras poderosas justifican sus acciones en la búsqueda de una "solución final", el mundo debe entrar en alerta. En su acciones militares, Israel no ha respetado la distinción entre civiles y combatientes, así como entre objetivos militares e infraestructuras civiles. Según la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA), 32.975 personas han muerto entre ellas, más de 13.000 niños y niñas, y 9.000 mujeres. Los mismos funcionarios de Naciones Unidas y otras agencias humanitarias han sufrido bajas terribles por la violencia desatada por las fuerzas armadas israelies.
Desde Johannesburgo hasta Quebec, se alza un clamor global para que cese el horror desatado en nombre de la justicia y la venganza. Miles de estudiantes universitarios arriesgan su futuro para protestar por el apoyo de las grandes potencias al genocidio. El pasado 20 de mayo la Corte Penal Internacional pidió orden de captura contra Netanyahu por "inanición deliberada de civiles", "asesinato deliberado" y "exterminio y/o asesinato". Igualmente, John Mearsheimer, destacado politologo de la Universidad de Chicago, ofrece poderosos argumentos para pensar que el objetivo principal de Israel no es desmantelar al grupo terrorista Hamás — lo que considera imposible de conseguir — sino la “limpieza etnica en Gaza”.
No podemos cerrar los ojos y mirar hacia otro lado mientras observamos en vivo la destrucción de hogares y al desarraigo de comunidades enteras. Nuestra conciencia y nuestros valores nos obligan a alzar la voz contra las injusticias y a trabajar por un mundo donde la compasión y la justicia prevalezcan sobre la violencia y la opresión. Si de verdad creemos en la humanidad, debemos vivir esa creencia, defendiendo a los oprimidos y exigiendo responsabilidad y justicia para todos.
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