Cuando analizamos la actual situación política del país y de otros países de la región y más allá, encontramos sociedades polarizadas –algunos se empecinan en desconocerlo y dicen que se trata es de falta de ilustración de amplias mayorías, pero los discursos de odio emergen en los distintos ámbitos del espectro político-; para hacer viables esas sociedades, no sólo se requieren mayorías electorales, sino una gobernabilidad que haga posible sacar adelante los objetivos nacionales y los planes de gobierno. Es decir, aunque se ganen las elecciones –presidenciales o parlamentarias, trátese de regímenes presidenciales o parlamentarios- por mínimas diferencias, la estabilidad de los gobiernos y su capacidad de sacar adelante sus iniciativas sólo se viabilizan con acuerdos políticos entre fuerzas diversas.
No me imagino como gobernará en Perú el candidato ganador, que considero por las informaciones disponibles será el Profesor Pedro Castillo, con un escenario electoral tan disperso y polarizado, sin algún tipo de acuerdo con la fuerza política opositora. Pero también veo el caso del gobierno de Israel, post-Netanyahu, con una coalición de ocho partidos que van desde la izquierda hasta la derecha y que en principio parece generar un nuevo aire en la política de ese país –más allá que temas centrales como la relación con los palestinos y con Irán estén al margen de los acuerdos-. No sabemos qué pasará en las elecciones presidenciales chilenas de noviembre próximo y en las de Brasil el año próximo, así como las nuestras de Congreso y Presidencia.
Todo lo anterior lleva a plantearme la necesidad que tendríamos los colombianos de ensayar la construcción de una especie de gobierno de ‘unidad nacional’. Entiendo que algunos lectores tengan una mala imagen de lo que fue la experiencia del ‘Frente Nacional’, que correspondió a otro momento de nuestra historia política, cuando la hegemonía de la representación política recaía en los partidos Liberal y Conservador, pero fue útil para terminar con la violencia bipartidista. Hoy día habría que pensar en coaliciones muy amplias que intentaran incluir desde las posiciones de la izquierda hasta las de la derecha –quizá no sea realista pretender incluirlos a todos-, pero indudablemente sí deberían ir mucho más allá de los intentos que vemos hasta el momento que son esfuerzos de agrupar a los ‘amigos’ políticos, a los de izquierda en el ‘Pacto Histórico’, a un sector del centro en la ‘Coalición de la Esperanza’, otro sector del centro con los exmandatarios regionales, los ‘exgobernadores’, otro con los ‘excalcaldes’ y así sucesivamente.
La tarea realmente desafiante sería conformar una amplia coalición de partidos, movimientos y liderazgos políticos y sociales que se acerquen lo más posible a esa idea de un ‘gobierno de unidad nacional’ –que no es un problema de consultas electorales-; esto implica un programa consensuado de gobierno a construir y unos liderazgos con capacidad y credibilidad para liderar ese ejercicio de concertación política y con acuerdos acerca de participación en el gabinete de los partidos o fuerzas políticas y sociales partícipes en los acuerdos.
Habría unos temas fundamentales para construir esos acuerdos: una política económica y social incluyente de las mayorías y con eje central en la reactivación del crecimiento económico y el desarrollo sostenible, una política tributaria y social que financie la renta básica universal para los más desposeídos –aunque la meta de mediano plazo es suministro de empleo estable para las mayorías, enfatizando a mujeres y jóvenes-, educación universitaria gratuita para los jóvenes de los sectores más vulnerables, salud para todos, una política de seguridad y convivencia ciudadana que garantice los derechos de todos, terminar el conflicto armado y garantizar el cumplimiento de los acuerdos, entre otros.