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Adiós a doña Zoraida
La vida de Zoraida Ortiz Villamizar.
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Viernes, 9 de Septiembre de 2022

A principios del siglo pasado, allá por 1932, nació en Bucaramanga Doña Zoraida Ortiz Villamizar, quien llevó una vida jovial, larga y entretenida. Ella me contaba que, como toda niña de la época, recibió una educación un tanto estricta por parte de una tía, pues su madre biológica había muerto poco después del parto a consecuencia del tifus. Su papá la quería mucho, sin embargo, a consecuencia del trabajo era poco lo que lograba verla, pero esos momentos eran intensos en afecto.

Era costumbre que las jovencitas se enamoraran a temprana edad, así que a los 14 años conoció a Antonio Medina Albarracín, un joven que iniciaba sus estudios en la Universidad Industrial de Santander, quien resultó ser su primer y único amor, llegando a casarse a los 20 años, lo que también ocurría con mucha frecuencia en esos días.

Estudió algo de contabilidad y siempre contaba que su primer trabajo fue con Hipólito Pinto, el de las gaseosas Hipinto, a quien ayudaba a llevar los números de su empresa.

Cuando Antonio, ahora su esposo, se graduó de ingeniero, se fueron a El Centro, en Barrancabermeja, contratado por Ecopetrol, siempre decía que habían sido unos años maravillosos, joven, recién casada y llena de optimismo, allí nació su hija Nancy, la mayor de la familia. Con el tiempo Antonio se percató de que andar entre pozos petroleros, tuberías y oleoductos no era lo suyo y aceptó un trabajo como profesor de la UIS, lo que obligó su regreso a Bucaramanga, donde nació su segundo hijo. Nos contaba que una vez allí su vida social mejoró y se dedicó a obras benéficas como socia del club de profesionales; definitivamente siempre le gustaba ayudar a los más necesitados. Recuerdo que hace unos años, cuando viajábamos por carretera, acostumbraba a comprarle varias “picadas” con gaseosa a los migrantes que encontraba por el camino.

Su punto de inflexión ocurrió cuando tuvo que seguir a su marido a Venezuela, a otro mundo. Se dedicó sin reclamo alguno a cuidar de la familia, cocinaba, lavaba, planchaba y hacía todo lo concerniente al hogar, porque había que ahorrar para un mejor futuro. Nunca nos fuimos al colegio sin desayuno ni mal vestidos, la recuerdo siempre sonriente y entretenida. Por supuesto que como todos tenía sus malos momentos, pero la mayoría de las veces nos hacía reír con sus ocurrencias. Al paso del tiempo sus hijos se casaron en Venezuela e hicieron vida allí, pero siempre quería volver a su terruño. En un viaje que hicimos a Bucaramanga en 2008 Antonio enfermó y ya no regresó. Doña Zoraida quedó con nosotros, durante un tiempo la tristeza la acompañó, pero luego volvió a ser la misma, se divertía con las nietas y nunca faltaban los consejos de su época, un tanto desactualizados claro, pero con la mejor de las intenciones.

Hace unos años comenzó a enfermar, había sobrevivido a dos cánceres de mama, pero las radiaciones le afectaron un pulmón y ya no respiraba bien, tuvo que cargar con un concentrador de oxígeno las 24 horas, para ese entonces ya se había radicado en Cúcuta. La enfermedad fue avanzando y poco antes de cumplir 90 años no pudo más. El 20 de agosto se reunió con Antonio, aquel amor que empezó cuando tenía 14 años.

Mi mamá nos dejó una forma original de ver la vida, chistosa, graciosa, elegante, generosa, pero sobre todo dedicada a la familia. Debo agradecer a Dios que nos acompañó por mucho tiempo y su recuerdo estará siempre con nosotros, y según nuestras creencias religiosas, en el cielo ya la estaban esperando.

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