A más de cinco meses del secuestro que estremeció al municipio de Jamundí, en el Valle del Cauca, Angie Vanessa Bonilla, madre de Lyan Hortúa, habló por primera vez sobre los 18 días de angustia que vivió tras la desaparición de su hijo de 11 años. En una entrevista para el pódcast Más allá del silencio, la mujer relató con voz entrecortada los momentos de terror que transformaron su vida y la de su familia.
Una noche que cambió todo en sus vidas
El 3 de mayo de 2025 quedó grabado en la memoria de Angie. Aquel día, mientras compartía en casa con sus hijos, su hermano y dos empleadas, la calma fue interrumpida por un grito desesperado: “¡Corran, que se nos metieron!”. Sin comprender del todo lo que ocurría, su instinto la llevó a buscar ayuda. En medio del pánico, saltó un muro para huir, sin saber que su hijo aún se encontraba dentro de la vivienda.
Horas después, la dolorosa verdad se confirmó. Las cámaras de seguridad mostraron cómo varios hombres encapuchados se llevaban a Lyan a la fuerza. “Sentí un miedo indescriptible, un vacío que me paralizó”, recordó. La desesperación la llevó a necesitar atención médica debido a la falta de sueño, el estrés y la incertidumbre.
Durante los días de cautiverio, el único contacto que tuvo con su hijo fue una videollamada de apenas 20 segundos. “Le pedía que me mirara, solo alcanzó a decir ‘mamá’ antes de que la llamada se cortara”, contó con lágrimas.
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El reencuentro y las heridas que permanecen
La liberación de Lyan ocurrió el 21 de mayo. “Ese día volví a nacer”, expresó Bonilla al recordar el momento en que lo abrazó en la clínica. “No podía dejar de tocarlo, necesitaba asegurarme de que era real”. Aunque su hijo regresó físicamente sano, su semblante callado y su mirada perdida reflejaban el peso de lo vivido.
Bonilla también se refirió a las críticas que enfrentó durante esos días. “Nunca me escondí. Corrí para buscar ayuda, pero terminé herida. No tenía un centímetro del cuerpo sin golpes”, aseguró.
“Mi historia es un libro de aprendizaje”
En la entrevista, la madre de Lyan habló además de los rumores que la vinculaban con actividades ilegales, debido a una antigua relación con el padre del menor, fallecido hace más de una década. “Era muy joven cuando lo conocí. Luego supe que tenía problemas con la ley, pero yo seguí mi camino. Mi historia es un libro de aprendizaje”, afirmó con serenidad.
Hoy, Angie y su familia viven fuera del país, lejos del lugar donde todo ocurrió. Un cambio difícil, sobre todo para Lyan, quien no pudo despedirse de sus amigos ni de su vida en Colombia. “Fue duro irnos, pero era necesario. Solo quiero que mi hijo vuelva a sonreír como antes”, concluyó.
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