Durante años, Lorena Rodríguez Moreno sintió que caminaba entre sombras. Desde que tenía 17 años, su mente se convirtió en un campo de batalla silencioso, invadido por una mezcla asfixiante de depresión y ansiedad que, a medida que avanzaba, le fue arrebatando la alegría, la energía y hasta las ganas de vivir.
“Yo lo había intentado todo”, dice con voz serena pero firme. “Terapias psicológicas, cambios de médicos, terapias alternativas, y una larga lista de psiquiatras y fármacos que mi cuerpo terminaba rechazando. Pero nada funcionaba. Me sentía atrapada en un túnel sin salida”.
Rodríguez Moreno, nacida en Garagoa, Boyacá, recuerda cómo las cosas más simples se volvieron imposibles: “Me costaba bañarme, vestirme, salir de la cama, en fin... Perdí la motivación, los sueños, el sentido de todo. Llegó un punto en que creí que ya no quedaba nada para mí. Era horrible todo lo que experimentaba”.
Su más reciente recaída fue devastadora. Ocurrió en diciembre pasado, “sentí que toqué fondo”.
La incapacidad era total, y la desesperación, profunda. Pero justo cuando pensaba rendirse, apareció una luz: una cirugía pionera en el país. Y, mejor aún, en Santander.
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"La depresión no siempre grita: a veces se esconde tras una sonrisa cansada, apaga los colores de la vida y convierte lo cotidiano en una cuesta imposible de subir."
Lorena Rodríguez Moreno
¡En efecto! El pasado 9 de abril, en el Hospital Internacional de Colombia, HIC, Lorena se convirtió en la primera paciente en Colombia en someterse a una cirugía de Estimulación Cerebral Profunda (DBS, por sus siglas en inglés) como tratamiento contra la depresión resistente.
“Yo estaba escéptica”, admite. “Pero era tan grave mi situación que decidí dar ese paso. Y fue la mejor decisión de mi vida”.
La cirugía no fue un proceso sencillo. Tomó cerca de dos años de preparación, evaluaciones rigurosas y la participación de un equipo multidisciplinario que incluyó neurólogos, psiquiatras, neuropsicólogos, epidemiólogos y electrofisiólogos, como la doctora Paula Millán y el doctor Juan Esteban Rosales.
“Ellos, liderados por el neurocirujano William Contreras, me salvaron. El equipo tomó cada detalle con el máximo rigor, pero también con una inmensa humanidad", dijo Lorena.
El procedimiento consistió en implantar electrodos directamente en el cerebro, conectados internamente a una batería, como un marcapasos, ubicada en el pecho. Esta tecnología permite emitir impulsos eléctricos continuos que ayudan a regular la actividad cerebral afectada por la depresión.
“Estuve seis horas despierta durante la cirugía. Superó toda la ficción. Sentía que mi mente estaba siendo reprogramada”, relata, aún sorprendida. “Es increíble cómo la ciencia ha llegado tan lejos. Nunca imaginé que el cambio fuera posible”.
Y ese cambio empezó a notarse. Hoy se cumplen tres meses después del procedimiento, Lorena se reencontró con pequeñas alegrías que creía perdidas: “Volví a querer salir a un centro comercial, a comerme un helado. Volví a maquillarme, a vestirme con ilusión. Es como si me hubieran dado una segunda oportunidad. Es volver a nacer”.
Aunque los resultados completos de esta técnica pueden tomar hasta dos años en evidenciarse plenamente, para ella, cada día cuenta. “Hoy celebro los días buenos. Me siento con fuerzas para estudiar, trabajar, incluso para enamorarme. Cosas que antes ni siquiera soñaba”.
Conmovida por su experiencia, Lorena quiere dejar un mensaje claro: “La vida que tenemos siempre va a valer la pena vivirla. No nos subestimemos, no pensemos que somos débiles. Hay que hablar, hay que buscar ayuda. Todos debemos tener un psicólogo de cabecera. La salud mental incapacita, a veces más que una enfermedad física”.
Agradecida con el equipo médico que la acompañó, resalta el valor del trato humano: “Nunca me vieron como un diagnóstico, sino como una persona. Eso marcó la diferencia”.
Hoy, Lorena camina con un dispositivo en su cuerpo, pero también con un corazón renovado. “Llevo conmigo la convicción de que hay esperanza, de que sí se puede salir del túnel. A quienes estén luchando en silencio: no se rindan. Hay una salida, y merecen encontrarla. Dios conduce a los científicos en este proceso”.
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