En medio de la selva de Sumatra, Indonesia, Septian “Deki” Andrikithat rompió en llanto al ver abrirse, por primera vez en 13 años de búsqueda, una Rafflesia hasseltii, una de las flores más escurridizas del planeta, cuyo hallazgo no solo revela la persistencia de un cazador de flores, sino la fragilidad de una especie que, como advirtieron los expertos de la Universidad de Oxford, es “vista más por tigres que por personas”.
El registro pertenece a una expedición dirigida por investigadores de Oxford que pasaron días y noches caminando por un territorio difícil, vigilado por tigres y al que solo se accede con permisos especiales. Allí, entre lianas y humedad, el equipo observó cómo la flor parasitaria emergía del cuerpo de su planta huésped tras un proceso que puede tardar hasta nueve meses.
La emoción del momento quedó sintetizada en las palabras del biólogo Chris Thorogood, quien definió la experiencia de ver la apertura de la flor como algo que “fue eléctrico”. El mismo publicó en su cuenta de X el instante decisivo: “¡La encontramos!... Poca gente ha visto esta flor y la vimos abrirse de noche. ¡Fue mágico!”.
Una especie esquiva, vulnerable y difícil de estudiar
La Rafflesia hasseltii pertenece a un grupo de plantas parasitarias sin hojas ni tallos visibles, incapaces de realizar fotosíntesis y conocidas por su olor penetrante a carne en descomposición, una estrategia para atraer a las moscas que las polinizan. Su estructura monumental y su corta vida —apenas entre cinco y siete días en su máximo esplendor— la convierten en un tesoro botánico difícil de estudiar, pues cada floración implica años de espera, condiciones climáticas estables y un hábitat que hoy está bajo seria amenaza.
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La pérdida acelerada de selvas tropicales en Indonesia pone a las Rafflesias en riesgo crítico. Oxford ha insistido en que su conservación es especialmente compleja porque dependen por completo de las plantas que parasitan y no pueden cultivarse con éxito en jardines botánicos, razones por las que la universidad promovió la creación de un primer grupo de trabajo internacional dedicado exclusivamente a su protección.
Así que este hallazgo además de documentar una de las apariciones más raras de la botánica contemporánea, es una buena oportunidad para hablar de la urgencia de proteger un ecosistema donde cada florecimiento puede ser el último.
Thorogood, al cierre de la expedición, extendió un reconocimiento a las comunidades locales: “La gente de Sumatra me ha mostrado tanta amabilidad, acogiéndome en sus hogares y compartiendo conmigo su increíble sabiduría, una planta mágica a la vez. De corazón, gracias a todos”.
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