Mientras que se arreglaban en el hotel e intentaban cenar, el público los esperó de manera paciente, hasta que, a las nueve y cuarto, una hora inusual en la ciudad, la interpretación del Viejo Migue, la canción que de alguna manera lo une con esta ciudad, abrió el conversatorio.
Con su voz clara y segura, no obstante, sus 77 años de edad de ese entonces, narró con elocuencia y gracia el origen de algunas de sus canciones más escuchadas en la región, como El Tropezón, Mercedes, El cordobés y El mochuelo.
Luego de la explicación del origen de sus temas, procedió a cantar y bailar con vigor y cariño, y el público lo acompañó con aplausos y expresiones de orgullo por sentir que el artista tenía nexos con esta tierra.
La Universidad le entregó una placa en reconocimiento a su aporte al folclor musical colombiano y por sus nexos genéticos con la ciudad.
El gran profesionalismo del maestro y sus acompañantes lo demostraron en el sitio donde se les hizo una atención, confesaron que habían actuado si cenar, porque el tiempo no se los permitió, pero en la casa de Pedro Rizo, les ofrecieron unos tamales gigantescos y deliciosos, que además de calmar el hambre, provocaron en ellos muchos agradecimientos, manifestó Sánchez Castilla.
Con sus ‘amarillos en pecho’, el maestro Adolfo Pacheco prometió volver a Ocaña a indagar por sus ancestros paternales, porque en esta oportunidad el tiempo no le alcanzó para hablar con el historiador Wilson Ramírez, académico invitado.