Mi mamá, que escasamente sabía leer y eso cancaneado, tenía dos grandes aficiones: Leer novenas y poesía. Todos los días ella iba a la iglesia del pueblo, a orar durante media hora al frente del Sagrario. Pertenecía a la congregación de las Adoradoras del Santísimo, y durante la media hora que le tocaba su turno diario, ella leía o rezaba novenas de varios santos. A veces me llevaba para que la acompañara, pero en realidad era para adentrarme por el camino de la oración y de las buenas costumbres. No siempre le fue muy bien en su propósito, pero yo también me fui afiebrando a leer novenas y milagros de los santos, sobre todos de las vírgenes.
En alguna época empezó a llegar a Las Mercedes un periódico mensual llamado el Campesino, que editaban los curas de Sutatenza. Ella compraba el periódico, pero lo que más le gustaba era la página poética, cuyos versos me leía y me los enseñaba. Con el tiempo, yo aprendí a leer mejor que ella y entonces era yo quien le leía versos, mientras ella roncaba en la hamaca del corredor.
Cuando yo me fui a estudiar al internado, ella recortaba los poemas del periódico y me los mandaba por correo. A pata, en mula o en carro, pero nunca me faltaron los recortes poéticos del periódico. Con esa maestra, lógicamente yo tuve que resultar aficionado a los versos.
El día que hice el lanzamiento de mi primer libro de versos, Oficio de caminante, mi mamá estaba feliz. Era la que estaba más contenta, de los cuatro o cinco pelagatos que me acompañaron: mi mujer, mis hijos, una comadre y tres vecinos.
En la misa de exequias, el día que ella murió, entre lágrimas y añoranzas yo hablé de su inexplicable amor por la poesía, y recordé unos versos del poeta mexicano Miguel Acuña, que eran sus preferidos y que le gustaba que yo le declamara:
“Pues bien, yo necesito decirte que te quiero/ decirte que te adoro con todo el corazón/. Que es mucho lo que sufro y mucho lo que lloro/, y al grito en que te imploro/ te imploro y te hablo en nombre de mi última ilusión”. De modo que mi mamá, sin ser poeta, se fue en olor de poesía.
Hago este recorderis, para rendirle homenaje a su memoria, porque ayer o antier se celebró el Día internacional de la poesía, por iniciativa de la Unesco, y los poetas de todo el mundo hicieron versos, declamaron, jartaron vino y se sintieron en su salsa. Hubo recitales, centros literarios, reuniones privadas y públicas. El entusiasmo de los poetas llegó a su más alta inspiración.
Pero ¿por qué ese despliegue poético? ¿Qué tiene la poesía que enternece corazones y arranca suspiros y lágrimas? Tiene un no sé qué, que se nos mete no sé dónde, y que produce no sé qué cosa. Pero la poesía sirve para todo: para enamorar, para decirle adiós a la amada, para homenajear a la mamá, para cantarle al cielo, para renegar de la vida, para despedir al año…para todo.
“Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise”, dice Neruda. “Voy por tu cuerpo como por el mundo” grita Octavio Paz. Y Francisco Luis Bernárdez canta: “Estar enamorado, amigos, es sorprender en unas manos ese calor de la perfecta compañía”. Yo no sé a ustedes, pero a mí me parecen unos versos hermosos. Eso es poesía, digo yo. Pero Gustavo Adolfo Bécquer le dijo a su amiga: “Poesía eres tú”. Tal vez tenía razón.