Mi papá me tuvo a las 17 años, a pesar de que sólo era un adolescente. Salió de su pueblo, Toledo y se mudó a Cúcuta, nos dejó allí, pero con la ilusión de sacarme adelante, entró a la universidad pública, estudiaba de día y en la noches y fines de semana lavaba mulas para sacarme adelante.
Él dice que el primer día que me tuvo en sus brazos juró sacarme adelante, darme educación y hacer de mí el mejor ser humano posible. Hoy, 32 años después, mi papá me dio todo lo que quería y hasta más.
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He tenido la posibilidad de estudiar en lugares inimaginables, viajar a sitios que no sabía que existían y lograr cumplir mis sueños. Mi papá siempre ha estado ahí. Para mí es un superhéroe, me crió siendo tan solo un niño, me dio una vida cómoda, me brindó posibilidades que nunca pensé tener y me preparó para ser una adulta. Hoy, aún me ve como su niña , está para mí cuando lo necesito y, a pesar de todo lo bueno que ha hecho, me pide perdón por equivocarse y reconoce que es humano y que pudo hacerlo mejor.
Ser superpapá es equivocarse y reconocerlo, es hacerles saber a sus hijos que pueden hacerlo solos pero si necesitan ayuda, ahí estará él; es apoyar las decisiones erróneas de los hijos, es apoyarlos en la frustración pero también reprenderlos ante la falta de esfuerzo. Todo eso lo sé porque mi papá me lo enseñó con sus acciones.
Por: Karen Mayerlli Bastos
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