Las vacunas deben llegar a todos los rincones del mundo para poder controlar la pandemia. La Organización Mundial de la Salud, bajo la dirección de Tedros Adhanom Ghebreyesus, lo reitera cada vez que tiene oportunidad.
Estos son algunos de los argumentos: por ética, porque todo ciudadano merece ser vacunado sin importar si es rico o pobre; por controlar la pandemia, porque si el virus afecta a un solo país en un mundo hiperconectado los demás seguirán en igual riesgo; por evitar que más personas mueran a causa de una enfermedad que puede ser mitigable a través de la vacunación.
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Con el surgimiento reciente de la variante ómicron, identificada en noviembre por científicos sudafricanos, la sentencia volvió a aparecer: ómicron deja en “evidencia que tenemos que acelerar la igualdad (en la distribución y aplicación) de las vacunas lo antes posible y proteger a los más vulnerables en todas partes”, expresó Ghebreyesus en Twitter.
Según datos recopilados por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, a la fecha, mientras que en los países de altos ingresos como Canadá, Dinamarca y Suiza 1 de cada 2 personas tiene facilidad de acceso a la vacuna contra COVID-19, en los de bajos ingresos como el Congo, Etiopía y Ghana esa cifra se traduce a 1 de cada 12.
¿Evitar nuevas variantes?
La naturaleza de los virus es cambiar (mutar), lo hacen cada que pasan de persona a persona y, aunque no hay certeza de que la vacunación pueda hacer que muten menos, sí hay algo claro: entre más se transmiten más probabilidades tienen de cambiar a su favor o en su contra (ocurre al azar), aumentando o disminuyendo, por ejemplo, su transmisibilidad.
El sistema inmune, que implica procesos complejos que van más allá de los anticuerpos, queda parcialmente preparado gracias a los biológicos actuales. En eso radica su importancia: aunque puede darle covid, es poco probable que deban internarlo en una Unidad de Cuidados Intensivos o que muera.
Sin embargo, y pese a estos beneficios, recibir el biológico aún no garantiza algo importante: una inmunidad esterilizante, es decir, que permita detener la transmisión de persona a persona. Es en esa medida en que no puede afirmarse tan pronto que si la vacuna estuviera en todos los rincones del mundo habrían menos variantes.
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“Es difícil responderlo. Si la vacuna lograra prevenir tanto la enfermedad grave como la leve y asintomática, sí se hubiera podido evitar que surgiera ómicron mediante el aumento de vacunación en África (el continente más rezagado en cobertura)”, señala Francisco Javier Díaz, médico PhD en Virología y docente de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia.
Ahora bien, la vacunación facilita que haya menos carga viral en los infectados (de ahí que haya menos síntomas y disminuya la transmisión), “pero eso no necesariamente previene el surgimiento de nuevas variantes”.
Parte de lo que es hoy una salvaguarda podría convertirse en una paradoja: que el virus siga circulando entre las comunidades, aunque no cause enfermedad grave o muerte, puede hacer que surjan variantes de escape, es decir, que se escabullan de la inmunidad parcial que se logró con la inoculación e incluso con la infección natural. Se trata de lo que Darwin ya explicó: por Selección Natural quedan aquellos virus que pueden eludir la inmunidad.
Todo esto sigue siendo teoría (no se puede afirmar aún que está ocurriendo u ocurrirá). Se necesita más tiempo para evaluar el efecto de la vacunación en la evolución del virus.
“La vacunación podría tener un impacto (en la disminución del surgimiento de variantes), pero no sabemos cuánto. No hay información suficiente, tendríamos que esperar y comprobar si surgen o no nuevas variantes en sitios de baja cobertura”, complementa Wbeimar Aguilar Jiménez, del Grupo Inmunovirología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia.
Aunque fue identificada por primera vez en Sudáfrica, no puede afirmarse que allí surgió. De hecho, el gobierno de Países Bajos aseguró que la variante habría circulado en ese país antes que en Sudáfrica. Finalmente, y hasta la fecha, ómicron no ha estado asociada a ninguna muerte en el mundo.
No todo está perdido
Sigue siendo usual que científicos y académicos hagan paralelos entre el SARS-CoV-2 y el virus de la influenza, que también tiene una alta tasa de mutación.
¿Hay una pandemia de influenza? No, en ocasiones hay brotes y epidemias, pero gracias a las vacunas (que a propósito, son modificadas y aplicadas cada año para responder a las variantes del virus), quienes son más vulnerables a la infección (bebés, adultos mayores y mujeres gestantes) están más protegidos.
El objetivo inmediato ante esta pandemia es llegar a eso, a una suerte de endemicidad, pues es cada vez más claro que es poco probable que el virus desaparezca por completo.
“En ese sentido es que debe incentivarse la vacunación: está más que comprobado que reduce la gravedad de una posible infección y eso es lo que necesitamos ahora”, señala Aguilar.
Llegar a desarrollar una vacuna esterilizante sería lo ideal, pero por ahora no parece posible por la mutabilidad del virus. De acuerdo con Díaz, lo que más podría aproximarse a eso es una vacuna de virus atenuado que se administre por vía inhalatoria (hay varias en estudio), y que generaría la respuesta inmune por la vía de entrada.
Por lo pronto la evaluación del riesgo ante el virus, la vacunación, las medidas como el distanciamiento físico, el lavado de manos y el uso adecuado del tapabocas siguen siendo fundamentales, y por ahora las únicas, para controlar la pandemia, evitar casos graves y un mayor número de muertes.
Igualdad y universalidad
Si la pandemia no está controlada en todo el mundo, entonces no está controlada. Por eso, y previendo la inequidad que podía presentarse, fue establecida una alianza entre actores públicos y privados bajo el nombre de Fondo de Acceso Global para Vacunas COVID-19 (Covax, por sus siglas en inglés).
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Cerca de 190 países hacen parte del programa. A través de él se han firmado acuerdos por 4.000 millones de dosis y 1,3 mil millones de donaciones, de las cuales, afirman sus directivas en un comunicado emitido a inicios de noviembre, solo han recibido 150 millones.
Restricciones de exportación, acopio de dosis e incluso la calidad en que llegan las vacunas donadas dificultan el avance efectivo de la inmunización. “Con frecuencia llegan a cuentagotas, con poco tiempo de aviso previo y prontas a su fecha de vencimiento”, señalan.
Adicionalmente, comentan que necesitan las vacunas que han comprado como mecanismo Covax. “Los países que avanzaron lo suficiente en sus programas deberían intercambiar su lugar en la fila de espera (...) para asegurar que no se quite prioridad a Covax en favor de los negociados bilaterales”.
El mundo parece hoy dividido en dos realidades: la de aquellos países en los que la alta cobertura de vacunación les ha permitido airearse social y económicamente, y la de aquellos que se quedan atrás, relegados y avanzando despacio.
Un COVID-19 controlado en todos los lugares del mundo protegería una mayor cantidad de intereses y acercaría a nivel global a una meta que es en definitiva común y colectiva: superar la pandemia.
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