Unas canastillas suspendidas en el techo del pasillo sirven de estantes. Solo el comandante tiene su propia cabina: unos metros cuadrados de intimidad con una cama individual, una oficina y una pequeña pileta.
A unos pasos está el centro de operaciones, el corazón del navío sumergido en la penumbra. Espacio para multitud de pantallas y comandos automatizados, dedicados a la detección de ruido alrededor, a la conducción del submarino y su propulsión, generada por una sala de máquinas vigilada por físicos atómicos.
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Sin esperar la entrega el próximo año del primer submarino Suffren, la Marina se ha equipado desde hace tiempo de simuladores "a escala real, que son una copia de los equipos a bordo" para entrenarse, explica el director de la escuela de navegación submarina de Toulon, el capitán Stanislas Guillou.
Los marinos necesitan entre seis y siete semanas para poder conducir el Suffren con total seguridad.
Pero "hay que continuar entrenándose paralelamente en los simuladores del tipo Rubis, puesto que estos submarinos van a seguir desplegados durante diez años", advierte.
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