Si el valor de Virgilio Barco como ciudadano, político y gobernante se juzgara solo por sus obras físicas y su legado a su tierra natal se midiera de la misma forma, habría que remontarse al inicio de su vida pública, cuando regresó a Cúcuta en 1943 con su diploma de ingeniero civil del afamado Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT).
El flamante ingeniero recibió entonces el primer nombramiento en un cargo oficial cuando el gobernador Alfredo Lamus Girón lo incorporó a su gabinete como secretario de Obras Públicas de Norte de Santander. Su gestión solo duró cuatro meses, pero fue un lapso suficiente para apreciar el compromiso, la seriedad y la capacidad ejecutiva que todo el país le conoció después en su desempeño como ministro, embajador, funcionario internacional, alcalde de Bogotá y presidente de la República.
En la Secretaría de Obras Públicas, según dejó constancia en el informe que presentó al concluir su gestión, tuvo que comenzar por investigar y corregir graves irregularidades administrativas y técnicas que encontró al llegar. Lo cual no le impidió hacer una serie de importantes obras como el hospital de Ocaña, la carretera de Ragonvalia a Herrán, la central hidroeléctrica del Zulia, la construcción o ampliación de los acueductos y redes de alcantarillado de Cúcuta, Pamplona, Arboledas, Sardinata y Toledo. Además de la reorganización del Fondo de Fomento Municipal, esencial para financiar los planes de desarrollo de los municipios nortesantandereanos.
Los presidentes Carlos Andrés Pérez (Venezuela) y Virgilio Barco (Colombia) firman la declaración de Ureña, en marzo de 1989.
Apego a la ética
Pero el legado de Barco no se puede medir solo en kilómetros de calles o carreteras y metros cúbicos de construcción de obras. Su vida dejó muchas otras enseñanzas que son un legado cívico y político del cual se deben enorgullecer sus compatriotas. Una de ellas, que explica la corta duración de su primer paso por la Secretaría de Obras Públicas, fue evidente en todas las actividades que cumplió durante sus cincuenta años de vida pública: su apego a la ética.
En estos tiempos en que la política está contaminada por la corrupción y los valores éticos brillan por su ausencia, la dignidad y pulcritud con las que Barco ejerció sus responsabilidades públicas pueden sonar a muchos como extravagantes. Ellas fueron una constante en su conducta desde el principio. Cuando su tío Manuel José Vargas fue nombrado gobernador en 1944, se retiró del gabinete departamental por considerar que su presencia en el mismo era incompatible con la de su tío en la gobernación.
Motivos semejantes lo llevaron, dieciocho años después, a declinar el nombramiento como ministro de Hacienda que le hizo el presidente Guillermo León Valencia. La razón expuesta por Barco fue que él y su familia recibían unos ingresos en dólares correspondientes a las regalías de la Concesión Barco y las normas vigentes entonces asignaban al ministro de Hacienda y al gerente del Banco de la República la tarea de intervenir en el mercado de dólares.
Como lo declaró después ante el Senado, la causa de su decisión no fue la cuantía del ingreso, que en su caso era inferior a dos mil dólares mensuales, ni el origen del pago, cuya legitimidad nadie podía cuestionar, sino la incompatibilidad que surgía de recibir un ingreso en dólares y tener la función de intervenir en el mercado de esa divisa.
Posesión de Virgilio Barco como Ministro de Obras Públicas (1958), ante Alberto Lleras Camargo. Foto archivo La Opinión.
Integridad política
Otro rasgo de Barco que tampoco se mide en metros fue su fidelidad al ideario liberal que abrazó desde su juventud, en una temprana muestra de su independencia, pues pertenecía a una familia conservadora por el lado paterno, en un tiempo en el que las ideas y la adhesión a los partidos eran heredadas casi sin excepción.
Su estreno en la política, como concejal de Durania en 1945, marcó un derrotero que no abandonó hasta llegar a la cumbre del poder. Entre las dos corrientes liberales de entonces escogió la que lideraba Jorge Eliécer Gaitán en lugar de la oficial dirigida por Gabriel Turbay. Su militancia gaitanista lo convirtió en blanco de ataques como el que sufrió en 1950 en su casa, en la avenida cuarta con la calle 10 de Cúcuta, cuyas huellas fueron visibles durante años mientras estuvo en pie.
Su militancia en el Partido Liberal fue de por vida y nunca promovió ni apoyó disidencias dentro de su partido. Respetuoso de las normas, postuló su nombre al Congreso y a la Presidencia de la República siguiendo los canales regulares y se sometió a las decisiones del partido que le fueron esquivas en 1982, pero finalmente lo favorecieron en 1986.
Con su victoria ese año se protocolizó el fin del Frente Nacional y regresaron al poder las ideas liberales, por las que luchó durante toda su vida y cuya realización hizo del suyo el último gobierno de partido que ha existido en el país, comprometido con un programa político definido, pero respetuoso de la oposición, como debe ser en una democracia real.
Vocación fronteriza
Otra lección que dejó el único presidente cucuteño que ha tenido Colombia fue su vocación fronteriza, que motivó muchos de sus esfuerzos en la Secretaría de Obras Públicas del departamento, en los ministerios de Correos y Telégrafos, de Obras Públicas y de Agricultura, así como en la Presidencia de la República. En todos los cargos dio ejemplo y además produjo resultados.
En la Secretaría de Obras Públicas, que ocupó por segunda vez en 1944 cuando su tío Manuel José Vargas dejó la gobernación, impulsó el canal de irrigación del Zulia, la terminación de la carretera de Cúcuta a Ocaña y los proyectos de saneamiento de varias poblaciones nortesantandereanas.
En la secretaría del Ministerio de Correos, en la que fue nombrado en 1945 por el presidente Alberto Lleras, impulsó la terminación de la gran troncal telefónica y telegráfica de Oriente y la interconexión con Venezuela. En el Ministerio de Obras Públicas dirigió la terminación del Ferrocarril del Atlántico, que completó la integración de las líneas del país y contribuyó al desarrollo fronterizo. En el de Agricultura adelantó la reforma agraria y los distritos de riego, incluyendo el de los valles del Zulia y el Pamplonita. En la Presidencia de la República fortaleció los programas de desarrollo fronterizo, objeto de su empeño en todas las posiciones que ocupó en el gobierno.
Barco era un convencido de la importancia de las relaciones de Colombia y Venezuela. A pesar de las dificultades que esas relaciones enfrentaron durante su gobierno, nunca abandonó el propósito de fortalecerlas y siempre consideró la frontera como un vínculo de unión en lugar de un obstáculo para la convivencia de colombianos y venezolanos. La certeza de esa convicción entraña una lección que cobra hoy más vigencia que nunca.
Por: Leopoldo Villar Borda | Periodista, columnista y ex defensor del lector del periódico El Tiempo, ex Embajador de Colombia en la OEA y autor de varios libros de Historia sobre la vida de Alberto Lleras Camargo (Premio Planeta de Historia en 1996) y Virgilio Barco Vargas.