Esta semana tuve la gran oportunidad de participar como invitado en el primer webinar sobre descarbonización como reto climático, organizado por la universidad Francisco de Paula Santander y la gobernación de Norte de Santander, y quiero compartir una reflexión que en América Latina todavía no hemos interiorizado con la fuerza que merece, la transición energética no debe funcionar como un reemplazo, sino como una adición.
La conversación pública se ha planteado como si el mundo tuviera que apagar traumáticamente las fuentes convencionales para prender las renovables, y eso no es cierto. La transición energética real, la que está funcionando y la que está demostrando resultados, consiste en integrar las tecnologías de bajas emisiones dentro de las matrices existentes, de manera progresiva y ordenada, sin destruir la confiabilidad de la red, sin paralizar la industria y sin erosionar la competitividad de los territorios. Esa palabra adición, debería ser el centro del debate.
El planeta se está electrificando porque así lo exige el cambio climático, los acuerdos globales y la presión por descarbonizar. Pero la electrificación masiva tiene una verdad incómoda que pocos se atreven a enunciar con claridad, y es que descarbonizar el planeta requiere más minería. Un vehículo eléctrico necesita aproximadamente seis veces más minerales que uno convencional. Una planta solar o un parque eólico requieren mucho más cobre que una central térmica. Las nuevas tecnologías energéticas requieren grandes cantidades de litio, níquel, cobalto, cobre y tierras raras. No hay paneles solares sin aluminio. No hay turbinas eólicas sin neodimio. No hay baterías sin litio. La transición energética no será de quien tenga petróleo, sino de quien controle minerales estratégicos, capacidad de refinación y la cadena industrial para convertir esos minerales en tecnología.
Esto nos lleva a la dimensión más ignorada del tema, la cual consiste en que la geopolítica de la energía ya cambió. China domina el procesamiento y refinado de minerales críticos. El Congo concentra la mayor parte del cobalto. El triángulo del litio está en nuestra región. Y aun así, América Latina sigue discutiendo como si estuviéramos en la transición energética europea, en lugar de construir la transición energética latinoamericana. Tenemos la materia prima, pero seguimos importando el modelo mental. Seguimos creyendo que la transición consiste en copiar políticas de otros países. No. La transición consiste en desarrollar nuestra propia estrategia industrial basada en nuestras ventajas comparativas reales.
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Por supuesto, esto no se puede hacer ignorando lo social y lo ambiental. Las tecnologías de energía de bajas emisiones no están exentas de impactos. La extracción de litio consume agua. La minería de níquel mal gestionada contamina. El caso del cobalto en el Congo ha demostrado que la transición no está libre de abuso y explotación. Por eso, la minería para la transición debe ser distinta, teniendo estándares ESG estrictos, trazabilidad total, acuerdos sociales reales y beneficio territorial. No es minería sí o no. Es cómo, dónde, bajo qué gobernanza y para qué fin.
Ahora bien, ¿qué significa esto para el sector industrial y para regiones como Norte de Santander? Significa que no debemos ver la transición energética como una amenaza, sino como una oportunidad histórica de valor agregado. Podemos integrarnos a cadenas logísticas, industriales y tecnológicas que requerirán manufactura, mantenimiento especializado, servicios industriales, innovación en materiales, monitoreo de integridad para transmisión eléctrica, y soluciones de eficiencia energética para industrias actuales. Podemos ser puente, plataforma y articulador. Estamos físicamente ubicados en el punto donde se conectan industrias, fronteras, comercio y talento.
Pero hay una condición que quiero dejar clara, la transición energética de nuestra región debe ser justa, debe ser ordenada, y sobre todo debe ser integrada. No puede haber una transición latinoamericana basada en países compitiendo entre sí. No es Chile contra Colombia por el litio. No es Perú contra México por el cobre. Es cada país aportando su rol dentro de un rompecabezas regional. El norte real no es sustituir una matriz por otra, es agregar capacidades, sumar tecnologías y coordinar valor.
La transición energética no será ganada por quienes cambien de tecnología más rápido, sino por quienes entiendan que el verdadero poder está en controlar las cadenas de valor que soportan esa tecnología. Y América Latina tiene una oportunidad irrepetible, es momento de dejar de ser espectadores para convertirnos en protagonistas. Pero ese cambio empieza por cambiar el lenguaje. La transición no es reemplazo. Es adición. Y la región que comprenda esto primero será la que lidere el siglo XXI.
Por: Ingeniero químico Juan Pablo Agudelo Silva, especialista en Derecho Minero Energético y magíster en Ciudades Inteligentes
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