Las montañas de Cácota guardan en sus entrañas parte de lo que fue la existencia de las tribus indígenas de la familia de Los Chitareros que poblaron los valles de los ríos Chitagá, Valegrá y Ulagá, lo que son hoy territorios ocupados por los municipios de la provincia de Pamplona.
Esta etnia empezó a desaparecer con la llegada de los primeros colonizadores españoles que los sometieron a trabajo forzado en las minas para extraer oro, hacer caminos reales y transportar pesadas cargas.
Para evitar que los capturaran se escondían en las cuevas huyendo del acoso de los perros y de los caballos de los conquistadores. De ahí eran sacados violentamente y conducidos a las minas de oro del páramo, en donde por los azotes, el trabajo físico y la falta de alimentos morían lentamente.
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Después de 450 años los restos de lo que fue esa etnia indígena se conserva en cuevas localizadas en los filos de las montañas de Cácota.
En los riscos y caminos antiguos, labrados al borde de la cordillera andina, se llega a los escondites que utilizaban para ocultarse. En la vereda Escalones, que hace honor a ese nombre de la zona rural de Cácota, hay cuevas que guardan restos de la cultura Chitarera.
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Una de ella está escondida entre peñascos y árboles localizados a 2.589 metros sobre el nivel del mar. Se llega con muchas dificultades y se mantiene alejada de la visita de extraños.
El propietario del terreno Fernando Patiño, quien tiene más de 30 años de habitar el sector, es consciente del valor histórico y cultural que representan las presuntas tumbas indígenas.
El agricultor narró que hace algún tiempo uno de sus hijos, con un compañero, se dieron cuenta que sobre un costado de la montaña había una cueva y los llenó de curiosidad. Ingresaron arrastrándose y al tocar el fondo con un palo se dieron cuenta que entre la tierra había algo que sonaba raro. Escarbaron la superficie y descubrieron que estaban ocultos restos humanos.“Empezaron a destapar cabezas y huesos que fueron dejando a la vista”, sostuvo.
Patiño no permite que personas desconocidas frecuenten el lugar al considerar que hay que respetar la memoria de quienes por circunstancias desconocidas fueron sepultados o murieron allí. Lo que podría ser una tumba indígena está distante de la vivienda del propietario del terreno. Tiene dos ventanas o puntos de ingreso.
Para bajar al fondo o la recámara, en donde están al descubierto cinco cráneos y huesos regados de todos tamaños, hay que hacerlo deslizándose por una abertura de tres metros de largo por unos 60 centímetros de ancho.
Quizás en tiempos remotos el sitio estaba cubierto con vegetación que hacía imposible al ojo humano descubrir que allí había lo que pudo ser un escondite que después se convirtió en una presunta tumba de los indígenas Cácotas, descendientes de la familia de los Chitareros.
Se deja quieto
Fernando Patiño dice que es temeroso y nunca ha pensado buscar algún tipo de guaca u objeto de valor. “Lo que está quieto, se deja quieto. Y por respeto el sitio no se debe explorar”, afirmó.
El campesino prefiere que a través de la Alcaldía se habilite un sendero para que la gente pueda llegar a ver la cueva. Pero, sin ingresar a ella, porque no está permitido.
Iván Portilla, quien también vive en la finca, un día por curiosidad ingresó a la tumba y dijo que no lo volvía a hacer, porque salió con escalofrío que se le quitó horas después. Contó -además- que un hermano agarró un cráneo y se lo llevó para la casa, pero lo tuvo que devolver porque en las noches no conciliaba el sueño.
El alcalde Carlos Flórez Peña tiene proyectado buscar los medios para conservar esos lugares que guardan vestigios de los indígenas. “Sería bueno que la gente nuestra y los visitantes conozcan la historia y leyendas de los antepasados que poblaron a Cácota”, afirmó.
Más vestigios
En Cácota hay también cuevas en el sector de Piedra de Ojo, vereda Licaligua, Mata de Lata, Hato de la Virgen, Chinavega e Ícota, entre otros sitios por explorar.
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Para Yesid Alfonso Araque, quien ha sido coordinador de cultura y guía turístico de Cácota, estos sitios deben ser objeto de procesos de conservación. Está de acuerdo que la máxima autoridad en el tema, como lo es el Instituto Colombiano de Antropología e Historia (Icanh), haga una investigación a fondo para que se pueda tener un inventario del patrimonio dejado por los primeros pobladores de la región.
Araque mencionó como otro punto de valor histórico el sitio Corral de Piedra, localizado en el sector de la Laguna del Cacique Cácota, que es una construcción redonda, bien diseñada. En dicho lugar, los indígenas celebraban los rituales sagrados.
En conservación
En la Casa Colonial de Pamplona reposan un cuerpo completo y otros restos de los indígenas Chitareros que poblaron la región y que fueron extraídos de cementerios y cuevas de las regiones de Pamplona, Silos, Mutiscua y Chopo (Pamplonita) por el sacerdote francés Enrique Rochereau.
El historiador Silvano Pabón, en el libro Los Chitareros: prehispánicos habitantes de la antigua provincia de Pamplona en Sierra Nevada”, cita al escritor Manuel Ancizar, narrando cómo sacaban violentamente a los indígenas de las cuevas en donde se refugiaban de los perros y caballos.
“Fueron asediados y masacrados por el propio capitán Pedro de Ursúa, cazándolos y aperreándolos (lanzándoles perros), en procura de obtener su oro y bienes”.
Ursúa fue el conquistador español que fundó el 1 de noviembre de 1549 a Pamplona, en compañía del capitán Ortún Velázquez de Velasco.
También plantea el tema de los enterramientos colectivos en las criptas o cuevas ubicadas en la cornisa de la montaña, que corresponden a una pauta especial funeraria de los habitantes de tierras altas de los Andes Orientales, como producto o consecuencia de la conquista violenta de los españoles.
La directora del Instituto de cultura, Margarita Camacho Araque, quien tiene a cargo el Museo Casa Colonial, manifestó que en una de las salas se exponen varios objetos de la cultura Chitarera.
“Contamos con una momia, huesos y algunos elementos que eran utilizados por los indígenas que vivieron en la época precolombina”, afirmó.