Con alrededor de 22 años desde su creación, la urbanización La Campiña del Escobal fue construida en dos partes. Primero, la calle principal con algunas casas, y hace ocho años terminaron otro sector con una totalidad de 80 casas que albergan a 300 habitantes.
La Junta de Acción Comunal (JAC) se conformó otra vez hace tres años, porque sus antiguos integrantes ya no residen en el sector. Durante algunos años estuvieron sin ningún actor representativo que mantuviera unida a la comunidad, hasta que, motivados a regresar con dedicación por el bienestar de su gente, los vecinos se reunieron en el parque principal y la volvieron a organizar.
Poseen dos sitios de esparcimiento deportivo y un espacio dedicado al culto religioso, una capilla que hace parte de la parroquia del Viejo Escobal. El padre los visita dos veces entre semana y cuatro veces el fin de semana para garantizar el derecho a profesar su libertad religiosa.
Según comentan los vecinos, son más las calles en mal estado que las buenas en La Campiña, aunque la vía colindante con el Nuevo Escobal tiene la mitad de la carretera en camino de herradura. Años atrás, los residentes utilizaron un relleno como solución temporal, pero hoy se encuentra agrietado y lleno de baches.
Las proximidades del río
La condición de cercanía de La Campiña al río le otorga sus pros y contras. Por un lado, la brisa que recorre el lugar es constante, y en general consideran al barrio como un buen sitio para vivir, pero existen tantos animales en los alrededores y la maleza que los rodea es tan alta que han sufrido por ataques de serpientes, roedores y ranas.
Desde la JAC le solicitaron a Veolia un mantenimiento para reducir la hierba y evitar más visitas inesperadas. La empresa afirmó que cortarían cinco metros de profundidad, pero al llegar la brigada encargada, solo cortaron 1,5 metros, además, les dejaron los escombros en el barrio, pues un camión vendría a recogerlos, pero nunca lo hizo.
También, debido a la cercanía al río, reciben visitas de los indios yukpa, pero por la pandemia y la falta de ayudas gubernamentales a la población nativa, no poseen implementos de seguridad para evitar el esparcimiento del coronavirus.
“Los niños a veces vienen con caucheras a matar los pájaros, pero ya se habló con los caciques para arreglar esta situación. El otro inconveniente es que muchas veces los niños vienen desnudos al barrio y eso genera un choque de cultura porque nuestros hijos no están acostumbrados a ver eso”, expresó un vecino de la comunidad.
Las travesías para la construcción de los parques
Los vecinos han construido sus sitios de esparcimiento por sus propios méritos, un ejemplo de ello es uno de los dos parques del sector, que fue posible por gestión del presidente actual, Omar Ortega.
Ortega se encontraba en Atalaya cuando un barrio pensó en desechar arcos y columpios para remodelarlos. Al ver esto, les preguntó si se los podían regalar, y con sus propios recursos, los trasladó a La Campiña, en donde, con ayuda de la comunidad, los renovaron e instalaron.
Aun así, los parques no tienen la iluminación necesaria. Han mandado los proyectos para implementar las atracciones biosaludables, pero solo hasta hace dos semanas un ingeniero de la Alcaldía asistió a verificar la situación e instalar las luminarias pertinentes.
El parque principal presenta una situación similar. Al no tener iluminación, jóvenes de otros barrios aledaños como Nuevo Escobal y Viejo Escobal lo utilizaban para el consumo de alucinógenos, por lo que, por la inseguridad que generaban, la comunidad tuvo que colgarse de la energía de un poste e instalar un bombillo.
Centrales Eléctricas de Norte de Santander (CENS), al enterarse del percance, cortó la iluminación y dijo a la comunidad que pasaran cartas donde solicitaran los permisos para ellos llevar la luz, cosa que hizo la Junta, sin embargo, CENS no volvió a ir al lugar y prefirieron conectar de nuevo su única fuente de seguridad en la noche.
También en el parque existen 3 árboles que, por su gran altura y la podredumbre en su interior, atentan contra la seguridad de las casas cercanas y afectan la carretera. Hace dos años, un árbol en estado similar se cayó, por fortuna no había nadie cerca, pero aun así destruyó una de las bancas de cemento.
Gregorio Hernández, integrante de la JAC, comentó que desde la oficina de Gestión del Riesgo asistieron a una inspección y les dieron la razón, sin embargo, les explicaron que no podían cortarlos porque no tenían el permiso y que el asunto competía a Corponor.
“Ahora solo nos queda esperar a que uno de esos árboles no caiga cuando las personas estén en el parque”, comentó el vecino.
Encerrados
Un problema urgente en el barrio son sus salidas. A la hora de planear y construir la urbanización se pensó en una entrada principal por Nuevo Escobal y dos salidas más por unas vías en camino de herradura, no obstante, una fue cercada por un lote de la Fiscalía para guardar vehículos y la otra por una constructora que planea urbanizar el terreno, lo que ha acarreado inconformidad en la comunidad.
“Hablamos con Planeación, ellos nos dijeron que era con Infraestructura e Infraestructura nos mandó con la inspectora de la Policía, quien afirmó que eso no era competencia de ella. Solicitamos a las dos curadurías las licencias de construcción de la empresa, pero no existían, porque están construyendo en una vía pública”, comentó Hernández.
Ante esto, el subdirector de Control Físico y Ambiental del De-partamento de Planeación Municipal, Oscar Granados Ramírez, recomendó a la ciudadanía presentar la denuncia correspondiente ante los canales de Peticiones Quejas, Reclamos, Sugerencias, Denuncias y Felicitaciones (PQRSDF) de la Alcaldía de Cúcuta, con el fin de verificar la situación y exigir el cumplimiento de las normas urbanísticas que otorgan los curadores urbanos a través de las licencias expedidas.