Cúcuta no ha tenido suerte con la elección popular de alcaldes. Casi sin excepción, los cucuteños hemos elegido algunos alcaldes incapaces, otros desorganizados y unos más deshonestos, que nos han condenado al atraso frente a otras capitales con menos potencialidades y posibilidades de desarrollo. Cuando analistas nacionales hacen un ranking de los grandes centros urbanos que han avanzado por cuenta de sus buenas administraciones municipales, aparecen Barranquilla, Medellín o Montería. En cambio, cuando se busca a las más perjudicadas, se menciona siempre a Cartagena, Cali y Cúcuta, entre otras.
Y esas equivocaciones nos han pasado una dura cuenta de cobro. La elección más importante que tenemos cada cuatro años es la del alcalde, no es la de un presidente, gobernador o congresista. El Presidente está lejos, no conoce las realidades locales y en muchas ocasiones ni le importan. Es el alcalde quien está cerca a su gente, conoce sus problemas y la forma de solucionarlos.
El que sabe si el hospital local funciona, si la escuela pública del barrio está en óptimas condiciones o si el servicio de agua o alumbrado público es satisfactorio. Un buen alcalde es mucho lo que puede hacer en 4 años por transformar positivamente la vida de sus gobernados, mientras que un mal alcalde, sin controles reales, hace un enorme daño. Nos acostumbramos en provincia a echar la culpa de todos nuestros males al Presidente de turno, independientemente de su nombre, partido u orientación ideológica. Pastrana, Uribe, Santos, Duque o Petro, resultan siempre los culpables de nuestras frustraciones, por cuenta del centralismo exacerbado, pero la única responsabilidad es de nuestros gobernantes locales y de quienes los elegimos.
Muchas veces nos dejamos llevar por una promesa irrealizable que el populista de turno logra vender, otras por la improvisación y ligereza al momento de votar y en no pocas por el clientelismo y el derroche de dinero. En la última elección los cucuteños votaron por un cambio con independencia y carácter. En forma inesperada eligieron a Jairo Yáñez contra todos los pronósticos. Se abrió la posibilidad de construir un modelo de ciudad alejado de la corrupción y la mediocridad de las últimas décadas.
Sin embargo, cuatro años después el balance es frustrante. La ciudad perdió una valiosa oportunidad. El alcalde y su equipo se perdieron entre la improvisación, la incapacidad y la ausencia de ejecución. Se quedaron soñando con la Cúcuta del 2050 y descuidaron la del 2030. Ahora se corre el riesgo de caer de nuevo en la tentación de la compra de votos de quienes mantienen encadenados a ese perverso sistema a una población empobrecida y sin oportunidades. Si volvemos a elegir a alcaldes de esa manera retrocederemos en el tiempo.
En ocho días se elige un nuevo alcalde y la decisión no es fácil. La mejor opción que teníamos los cucuteños, sin duda, era la de Juan Carlos Bocanegra. Un joven profesional, inquieto, estudioso y comprometido, que se ha formado para servir a su región con dedicación y transparencia. Hizo una campaña distinta y presentó un Plan para la ciudad. Lamentablemente faltó tiempo para que su propuesta llegara con fuerza a todos los rincones de la ciudad. Con humildad y desprendimiento personal pospuso sus aspiraciones para fortalecer la alternativa que consideró la mejor en el escenario político actual. Decidió respaldar a Jorge Acevedo. Acertó y los cucuteños no podemos equivocarnos de nuevo.
Es cierto que hay que cambiar el rumbo frente a la mala administración de Yáñez, pero no podemos volver a las prácticas de antes. Acevedo ha intentado varias veces llegar a la alcaldía y ha mostrado amor por su ciudad, conocimiento de sus comunidades y capacidad para convocar y unir. Tiene simpatía en los distintos sectores sociales y su perseverancia es admirable. Cuenta ya con la madurez y el conocimiento para ser un buen alcalde. Su momento es ahora tras varias derrotas. Merece que finalmente le demos la oportunidad. Después de tanta insistencia, sabe que no puede defraudar a su gente.