Hay evidencias simples de recordar, la mañana que sonríe al infinito, la noche que se arrulla con una luna bonita, en fin, mediaciones espirituales que atraen y bendicen -con sabiduría natural- el don de la inteligencia.

Los secretos del alma brotan frescos, colgados de las horas lentas, del color de una puesta de sol, o de un amanecer, mientras los ojos bajan los recuerdos que vuelven de su fantasía y los aloja en los rincones del corazón…

La mente es similar al mar, pasa por estados de calma, de tormenta, de viento, y requiere de una intención solemne para hallar, con serenidad, el ritmo emocional de esa inmensidad tan difícil de comprender.

O a un jardín, donde se cultivan los sentimientos con silencio y reflexión, se abonan los pensamientos, las palabras y los actos y se cosecha la belleza cayendo, como un rocío abundante en gratitud.

Ambos están en sintonía con los sueños, con la mística de la vida, con el júbilo de contemplar, leer, escuchar, sentir, vibrar, para conversar -con la voz entrañable e íntima- de tantas cosas anheladas, así no sean posibles.

Así es el mar, una infinita distancia que refleja la profundidad del cielo o el regreso del tiempo, nos anima a la aventura, nos alivia el cansancio cuando estamos fatigados, o hastiados, y nos hace evocar el puerto.

E igual el jardín, donde brotan capullos despertando con el canto de los pájaros, con el amor regando las flores, con las semillas de las ilusiones germinando en el huerto para que todo vuelva a suceder…esta vez mejor.
 

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