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¡Qué alegría!: Estamos en campaña
Pero no todo está perdido. Cada dos años y cada cuatro años, entramos en esa jubilosa y loca carrera que se llama campaña política, que nos saca de la monotonía.
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Martes, 29 de Agosto de 2023

El ambiente era jarto, aburrido, lleno de una monotonía enfermiza. Dicen que los matrimonios se acaban cuando se cae en la rutina, cuando no se inventan cosas, cuando la fregadera es la de siempre.  Lo mismo sucede con las ciudades, que por épocas se adormecen. Sus habitantes se vuelven amargados, histéricos, peleones, violentos.

Este año, por ejemplo, agosto se vio pobre de cometas. Hace unos años, el cielo azul de agosto se llenaba de cometas y era una fiesta en las lomas, en las terrazas, en cualquier altura. Dicen que en Cristo Rey ahora es prohibido subir a echar cometas, tal vez porque se dañan los arreglos que le hicieron al monumento.  Y uno no sabe qué será mejor si la alegría de chicos y grandes o la solemne blancura de nuestro Cristo.

Porque echar cometas no es sólo una entretención de niños. Alrededor de una cometa gozan y sufren los papás del muchachito, los nonos y las tías. En dos o tres sitios de Cúcuta dizque hicieron concursos para elevar cometas. Muy bien pero eso no es suficiente. Agosto y el cielo se hicieron para lanzar cometas al aire por montones, como hacíamos antes.

La ciudad, pues, se volvió insípida, desabrida, como besos de boba (dicen), la rutina de siempre, los mismos calores, de vez en cuando un temblor lejano que no nos asusta o alguna llovizna equivocada. Huecos en la calle, ladrones de celulares en acción, vendedores ambulantes, los gritos desaforados del que vende aguacates criollitos y baratos, el que ofrece bananos a través de un megáfono chillón, las prostitutas silenciosas del parque, las iglesias vacías. Cada quien pegado a su celular, sin importarle la suerte de los demás, y ni siquiera el país que va cuesta abajo le preocupa.

Pero no todo está perdido. Cada dos años y cada cuatro años, entramos en esa jubilosa y loca carrera que se llama campaña política, que nos saca de la monotonía. Es la época en que la ciudad se vuelve un carnaval, y eso es bueno para la salud mental. No lo digo yo. Lo dicen los sicólogos (sin p).

En campaña se organizan reuniones con trago y discursos, se hacen desfiles de maniquíes, payasos y disfraces y la gente aplaude, y el dinero corre, se mueve la economía y la urbe respira aliviada.

En tiempos de campaña, los vecinos se levantan alegres,  con otro semblante, con la esperanza puesta en algún discurso o en alguna firma.

-¿Para dónde va tan alegre, vecino?

-A la manifestación.

-Pero usted estuvo ayer en otra, de distinto color.

-Sí, pero aún me falta para la matrícula de mi hija en el instituto.

Hay que echar vivas y gritos y voladores, no importa quién sea el candidato. Y eso es bueno. Eso forma parte de la paz total. Sin pelear con nadie. Todos somos de los mismos.

Me gustan los tiempos de campaña porque todo el mundo gana: gana el que recoge firmas, el que lleva gente a las reuniones, el intermediario, el que inscribe su cédula para ayudar a fulanito que debe conservar su puesto, gana el que hace afiches, el que hace pólvora, el que alquila buses para llevar gente a las manifestaciones, el que se compromete, el que jura aunque jure en vano, el que vende camisetas, el que alquila tarimas, el de los equipos de sonido, el de las camionetas blindadas, el que recibe lo del mercadito de la semana y al que le ayudan para pagar el recibo vencido. Todos ganan. ¡Bendita seas democracia, aunque mal pagues!

 

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