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Parce, no joda
Amverso y reverso
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Martes, 14 de Junio de 2022

Tenía yo once años cuando, por obra y gracia del Espíritu Santo y de una beca de la parroquia de Las Mercedes donde yo era monaguillo, resulté estudiando en el Seminario de Ocaña, dirigido por los padres Eudistas. ¡Cuán equivocados estaban el párroco Jesús Emel Arévalo y mis papás al creer que yo tenía vocación de cura! Pero de cuánto me sirvieron los cuatro años que permanecí en aquel estricto internado.

Como era absolutamente prohibido salir a la calle, el Seminario brindaba todo lo necesario: hospedaje, alimentación, lavado de ropas, peluqueada (iba un peluquero de afuera), arreglo de calzado (iba un zapatero remendón) y un almacén de libros y útiles escolares (el economato) donde el surtido era completo desde borradores y lápices hasta textos de estudio, pasando necesariamente por rollos de papel higiénico.

Libros de español, de latín, de historia, de religión, de ciencias, y en medio de todos, dos libros pequeños:  Urbanidad y buenas maneras, de Manuel Carreño, y Lecciones de Educación Cívica, libros ambos hoy desaparecidos de las bibliotecas escolares porque pasaron de moda.

La urbanidad es un conjunto de normas anticuadas para los jóvenes de hoy, y la educación cívica es una materia desconocida porque a nadie le importa qué es eso de patria chica y patria grande y deberes del ciudadano y cómo ser un buen vecino.

Por algún capricho del destino y revolviendo en mi baúl de libros viejos, me di la mano con el Manual de Urbanidad y buenas maneras, de Carreño, y con una cartilla de Educación Cívica, Cúcuta 250 años, escrita por el profesor Rubén Darío Hernández. Al verlos, sentí una inmensa alegría combinada con mucho de tristeza. Alegría por el hallazgo de algo que yo considero básico en la educación (la cívica y la urbanidad), y tristeza porque veo que sus enseñanzas hace rato salieron del pensum oficial, y la falta que han hecho a las  generaciones que vinieron después de la nuestra.

Manuel Antonio Carreño, venezolano, recogió en su libro una serie de normas que tratan de lo habido y por haber, en materia de buen comportamiento. Su texto habla del aseo, del modo de conducirnos dentro y fuera de nuestra  casa (en la calle, en la iglesia, en los sitios públicos, en los viajes, etc.), del modo de hablar, del comportamiento en el comedor, del modo de trinchar la carne, del modo de vestir…

Duele ver a los muchachos de hoy que se visten de cualquier manera, que no respetan a los mayores, que usan un lenguaje escandaloso para nosotros los de antes, que para todo y ante todo se valen de groserías y de palabras que inventan. Hoy los madrazos, los maricazos, los gonorreazos son de uso común y corriente. Hasta hace un tiempo, decirle a otro hp era motivo de pelea y hasta de muertos. Ahora, el hp es un cordial saludo. Las mujeres, lo mismo que los varones, se expresan a los tochazos,  el respeto a los padres se perdió y no es raro que un alumno le diga a su maestro: ¡Ay, parce, no joda!, cuando el parcero intenta llamarle la atención al estudiante.

En cuanto a Cívica, nadie sabe el significado de las partes  del escudo nacional, ni  de los colores de la bandera, ni quién compuso el Himno de Norte de Santander, ni  los deberes para con la patria, ni del respeto a las autoridades, ni cuándo hay que izar la bandera.

Estamos “cagados y el agua lejos”, como dice el refrán popular. Nada de urbanidad, nada de civismo. Grave lo que vendrá mañana. ¡Pobre patria!

   gusgomar@hotmail.com

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