Hace siete años Lula no cabía en Latinoamérica. El 4 de agosto de 2011, Juan Manuel Santos, el presidente más conservador entre sus contemporáneos, dijo con una candidez de pre kínder, “cuando yo sea grande, quiero ser como Lula”.
Ese día se abría en Bogotá el foro de inversión Colombia –Brasil. Se tejía entonces una red de vínculos comerciales, financieros y políticos. Colombia que era el mejor aliado de los Estados Unidos se alejaba y se acercaba al Brasil, con el auspicio del Banco Interamericano. Nadie pensaba que al final el rediseño geopolítico global y regional terminaría en cualquier ¡Odebrecht!
“Hoy no necesitamos de la espada de Bolívar, sino Bancos de Inversión y crédito. No hay que tener miedo de prestarle a los pobres, porque además, de que pagan, se vuelven compradores de los que producen las empresas”, decía Lula. Y allí estaba de testigo, la presidenta Dilma Roussef, codo a codo con Santos, y como dándoles “coba”, les espetó: “Pueden hacer mucho más, que lo que hicimos Uribe y yo”. Tras lo de Odebrecht ¿Quién iba a pensar?
Lula era considerado el pionero de la transformación igualitaria de Brasil, el gran soñador que despertó al gigante dormido, que se debatía entre unos resultados conformistas y el sueño de realizaciones inmensas. En su gobierno se decía, más de 30 millones de brasileños salieron de la pobreza, impulsados por un doble juego; una economía de exagerado dinamismo y un “populismo” expansivo que alcanzaron un protagonismo mundial que superó el del futbol.
Se puso de moda “el lulismo”, al decir de Alejandro Gaviria. No había Presidente Latinoamericano recién elegido, que no viajara al Brasil, pues neoliberales y socialistas, ya no especulaban sobre el “Consenso de Washington”, sino sobre el “Consenso de Brasilia”. Allá llegaron los que siendo ultraconservadores como Santos, después se tornaron progresistas, Humala, Mujica, Funes, Evo, la Kirchner, los venezolanos y los cubanos.
¿Cuál fue la clave del “lulismo”? Primero, encontrar una economía saneada, que le dejó el presidente Cardoso, que cuadriculó y encerró los excesos monetarios. Luego empezó el juego de los subsidios que toda Latinoamérica copió de Méjico, pero que Lula otorgó a borbollones y llegó a más de 11 millones de familias brasileñas. Ah y hubo suerte en las mejores condiciones externas del comercio internacional. Pero la suerte es aleatoria, viene y se va, cundo no se siembra y se cultiva como decía Arturo Uslar Pietri. En 2014 la economía brasileña se desplomó.
Inverosímil que 30 años de lucha política terminen así. Que luchando por los de abajo, haya construido un populismo con pies de barro, unos pies que fueron la excusa para la corrupción y sumir la vida pública en el peor de los desastres. Pero en política, lo que parece, es. Cualquier parecido con la situación de Colombia puede ser mera coincidencia.