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Los peligros “ocultos” de la diáspora venezolana
Ya se han capturado varios militares venezolanos entre los inmigrantes, quienes se mueven libremente por el país.
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Sábado, 6 de Marzo de 2021

En varias columnas he explicado como una inmigración “inteligente”, para un estado con un modelo de desarrollo económico basado en la economía de mercado es benéfica, al alterar de manera instantánea la pirámide demográfica y reducir así la edad promedio de la población de un país. Pero solo en ese caso. Si el país que recibe la diáspora no tiene un modelo de desarrollo económico, como es el caso de Colombia, la inmigración solo “agrava” las condiciones de subsistencia de los nacionales que luchan por pasar el día en un modelo económico-político de incentivo al subdesarrollo. 

Pero, en el caso específico de Venezuela, hay un grave riesgo de seguridad nacional con la inmigración incontrolada proveniente de un país con un gobierno “enemigo”, en cuanto que protege a los grupos de crimen organizado que atacan a Colombia. Me vi hace poco una película de Sean Connery, que se dio en el marco de un recordatorio de su filmografía, titulada El Primer Caballero. Es otra versión de la leyenda del rey Arturo y sus caballeros de la mesa redonda, en la cual Arturo protege a las villas vecinas a Camelot de los ataques de su antiguo primer caballero, Malagant, quien abrió tolda aparte y quiere gobernar despóticamente. El rey desposa a Guinivere, una joven princesa, quien camino a su encuentro con Arturo conoce a un hombre errante con grandes habilidades, quien la defiende de un ataque de Malagant. Lancelot, como se llamaba el hombre termina en Camelot a las órdenes de Arturo, llevado por su amor correspondido de Guinivere. El rey que tiene fuertemente protegido su castillo y villa interna, descubre el amor de Lancelot y Guinivere, y enloquece en su venganza. Hace un juicio público y abre las puertas de Camelot para limpiar su honor, con la oposición de sus caballeros. Y como es de suponer, Malagant aprovecha la oportunidad e infiltra a sus hombres en Camelot y se la toma. La película no termina ahí, pero lo que a mí me interesa resaltar es lo que pasa cuando se le abren las puertas al enemigo.

Ya se han capturado varios militares venezolanos entre los inmigrantes, quienes se mueven libremente por el país. Es lícito suponer que, bajo la dirección del servicio secreto cubano, experto en estos temas, Venezuela ha infiltrado todo tipo de agentes enemigos, desde aquellos que levantan la información de la infraestructura civil y militar del país, hasta reclutadores de “simpatizantes” a quienes arman para actuar como quintacolumnistas en caso de conflicto. Pueden poner a expertos en la colocación de explosivos en puntos críticos para operar a control remoto y montar una red de comunicaciones de agentes infiltrados que monitoreen comunicaciones y movimientos militares. Todo esto aparte del trabajo de personajes de la política y el sector judicial, como Iván Cepeda que siguen en su labor de zapa de maniatar las fuerzas militares y de seguridad, vía procesos judiciales y “escándalos” de prensa. El libre flujo “humanitario” de la diáspora venezolana pone literalmente en riesgo la seguridad nacional del país.

La seguridad, como el desarrollo económico son dos elementos esenciales de la democracia liberal, que el modelo de estado social-ista de hecho ya neutralizó, lo que pone en gravísimo riesgo la supervivencia del modelo de democracia restringida que tenemos. Al rey Arturo lo cegó la ira y Colombia se jugó su futuro cuando empezó a ver el mundo desde la perspectiva del enemigo; es decir, del humanitarismo del padre de Roux, quien ve la historia desde la versión marxista de la misma. Cuando nos pusimos las gafas mamertas, el socialismo del siglo XXI celebró el debilitamiento máximo de otro país importante de Suramérica, con salida a dos océanos. 

Arturo murió en la toma de Malagant, pero Camelot se salvó a costa de una lucha sangrienta contra un enemigo empoderado. Cuando se confunde el humanitarismo con indefensión, aparece el riesgo de muerte o esclavitud.

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