Completamos las primeras tres semanas de protesta social o del Paro Nacional, que si bien fue convocado por el Comité Nacional del Paro –donde como bien lo decía un representante estudiantil de la Universidad Nacional, están curtidos luchadores sociales con largas trayectorias de paros-, realmente ha tenido escenarios y protagonistas diversos, predominando la presencia de los jóvenes. No hay duda que en las actuales movilizaciones y protestas sociales se pueden diferenciar las movilizaciones de la Minga indígena –con sus variantes territoriales-, la de las organizaciones sindicales y sociales y la multitudinaria presencia de la Juventud, en su rica diversidad. Pero es claro que esta dinámica de movilizaciones sociales ha sido posible con el cambio, simbólico y real, que se derivó de la firma del Acuerdo de Paz de La Habana y del Teatro Colón, que archivó el tema de las armas y colocó la posibilidad de la movilización ciudadana en la agenda ciudadana.
Las movilizaciones sociales, que vienen en su última fase desde el 2018 y que han tenido hasta el momento su máximo desarrollo en 2021, tienen como base fundamental a la Juventud. Pero con una diferencia del pasado, ya no se trata solamente de jóvenes estudiantes –universitarios y de secundaria-, sino además la juventud de las barriadas y sectores populares, que como lo ha señalado el DANE, son parte central de los millones de colombianos en condiciones de pobreza –en sus diversas modalidades de medición-, para quienes su demanda central es la sobrevivencia, es cómo les van a llevar a sus casas algo que comer, porque tienen allí hermanos y seguramente su madre que tenía un trabajo lo perdió con la pandemia. Para ellos, su sobrevivencia es la primera prioridad –incluso el acceso a la educación superior pasa a un segundo plano, no porque no la consideren importante, sino que la ven como distante, frente al problema de su supervivencia-.Esto ha cargado a muchos contingentes de estos jóvenes de rabia, porque sus aspiraciones no parecen tener futuro, como decía una representante estudiantil de posgrado de la Universidad Nacional, parecería ser una especie de ‘generación sin futuro’, sin esperanza de conseguir trabajo, porque si bien se habla mucho de eso, en la realidad les exigen contradictoriamente una experiencia laboral que no pueden acreditar, que tampoco tienen expectativa de tener algún día una pensión, la posibilidad de educarse es algo lejano –la matricula cero es una buena parcial respuesta, pero de qué vive mientras estudia?-. Y a ello se enfrentan unos funcionarios públicos y gobernantes muy insensibles frente a las demandas de la sociedad, donde la corrupción parece ser la moneda de cambio predominante y una Fuerza Pública que antes que defensora de los derechos constitucionales y legales, parece ser una guardiana de privilegios, que abusa de su poder, el poder que le ha dado la democracia. Todo esto estimula la rabia, la desesperanza y refuerza la idea de no tener futuro.
Por eso hoy estamos frente a situaciones que van más allá de la coyuntura. Porque los problemas son acumulados históricos de elites políticas y gobernantes que no han cumplido con sus responsabilidades –el poder parece ser apetecido sólo para alimentar egos políticos y para abusar del ejercicio del mismo y no para servir a la sociedad-.
Está muy bien que se esté iniciando la negociación con el Comité Nacional del Paro –eso puede ser un buen dinamizador-, pero en simultánea hay que abrir mesas de conversación –nacionales, regionales y locales- con los distintos grupos de jóvenes, con las diferentes expresiones de la Minga indígena y ver este movimiento social como el estimulador de grandes cambios por realizar.