Salía de la inspección de policía, luego de formular una de sus tantas denuncias insólitas. Ya antes lo había hecho contra el espejo de la sastrería de la cuadra, porque al pasar por el frente, aquel artefacto del demonio remedaba sus gestos, imitaba su manera de caminar y repetía, al centímetro, cada una de sus expresiones de mujer conflictiva.
Esta vez, acababa de denunciar a su propia sombra. Cansada de que la siguiera a todas partes, había resuelto poner en conocimiento de las autoridades aquella implacable persecución. Furiosa salió del despacho del inspector, porque, en vez de haberla dejado detenida, le permitió salir detrás de ella, como lo había venido haciendo antes.
Maldiciendo venía, por no haber logrado su objetivo. De pronto, al llegar a una esquina, se le acercó con cuidado una brisa lujuriosa y lasciva que, con exceso de habilidad y una gran dosis de picardía, aprovechando que la agarró completamente descuidada, le levantó la falda hasta la cara, dejando al descubierto unos muslos hermosos y provocativos, que parecían no corresponder a su rostro desagradable.
La revelación de piernas y caderas, que a menudo suele durar segundos, esta vez pareció alargarse de manera infinita. Como un increíble sueño imaginario, aquella ventolera inatajable, se olvidó de la noción del tiempo.
¡No joda brisa, sigue soplando, sigue soplando!, gritaban los vendedores ambulantes.
Al acercarse al lugar una radiopatrulla, los vendedores dejaron de gritar y la ventolera de soplar. Minutos después, la mujer regresó al puesto de policía a formular denuncia contra el viento. Vengo a denunciar a la ventolera por abuso sexual, por haber levantado mi falda, sin mi consentimiento, por haber penetrado mis partes íntimas, por haberme agarrado descuidada, sin darme tiempo a defenderme, por haber obrado en concierto con los vendedores ambulantes, por haber escandalizado a la sociedad con semejante atropello.
Como esta vez, por algunas supuestas presiones, se abrió investigación penal, el viento nombró su defensor.
Señora, le preguntó el abogado: ha visto usted alguna vez, que a una mujer de piernas flacas y muslos caídos, la haya atacado la ventolera?. Para su información, continuó diciendo el defensor, conozco casos de algunas damas de piernas horribles y posaderas enmogolladas, que han llegado al extremo de ponerse faldas más vaporosas que de costumbre, para ver si la brisa les hace, alguna vez, el favor de levantarles la falda sin su permiso. Pero ni aún así, el viento se ve tentado a cometer el delito de concierto para delinquir o el de abuso sexual.
Como van las cosas, continuó diciendo el abogado, la brisa habrá de cuidarse hasta de prestarle la ventolera a un niño, para que eleve su cometa. Teme ser denunciada injustamente y prefiere no levantar el vuelo.