Con algo de nostalgia, pero con mucho de esperanza, estoy pensando en poner un letrerito en la puerta de mi casa, anunciando que compro minutos. Que quiero comprar horas. Y hasta años. Mejor dicho, quisiera comprar tiempo, porque esta vida se nos acaba sin remedio, como dice el poeta. Y si hay gente que vende minutos, yo estoy dispuesto a comprarlos, pero no para gastarlos hablando a través de un celular, sino viviéndolos, y viviéndolos sabroso, según el decir de la nueva vicepresidenta de la República.
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He visto que se han multiplicado las ventas de tiempo, y en cualquier esquina, debajo de un cují o donde quiera que haya una sombra, alguien ofrece minutos. Y es posible que el negocio me sirva. Porque cuando la vejez empieza a avanzar a pasos agigantados, lo mejor sería tener una buena provisión de minutos, horas y años. Pondré, pues, un letrero que diga: “Se compra tiempo”. Esto de los letreros en los muros, en las calles, en los postes, en las tiendas, me entusiasma. La filosofía de la vida se expresa en los grafitis. Por eso dicen que los grafiteros son unos artistas.
En un cementerio de cierto pueblo, alguien escribió en el muro de entrada: “No corra. No se afane. Tarde o temprano aquí llegará”. Cierto. Y uno que se preocupa por llegar primero, o por llegar a tiempo. Y olvidamos casi siempre que todos llegaremos al mismo sitio, en el momento preciso, ni antes, ni después. “Los tiempos de Dios son perfectos”, me escribió alguna vez Yolanda, una sicóloga amiga, que trataba de consolarme porque no me daban salida de la clínica donde yo estaba hospitalizado.
En un baño público, leí alguna vez: “Aquí el más guapo se hace popó, y hasta el más macho se orina”. No podía ser de otra manera. Porque eso de la guapeza es un fenómeno muy relativo. En este punto y hora recuerdo las enseñanzas de mi mamá: “Mijo, no pelee con nadie. Es preferible que digan ‘aquí corrió fulanito’, y no ‘aquí cayó perencejo’. Para pelear se necesitan dos”.
En lo alto de La Bohemia, el salón cultural que en Cúcuta auspicia Pedro Marún Meyer, un intelectual de raca mandaca, se lee un famoso proverbio árabe: “No digas todo lo que sabes. No hagas todo lo que puedes. No creas todo lo que oyes. No gastes todo lo que tienes. Porque…quien dice todo lo que sabe, quien hace todo lo que puede, quien cree todo lo que oye y gasta todo lo que tiene, Muchas veces dice lo que no conviene, hace lo que no debe, juzga lo que no ve y gasta lo que no tiene”. La sabiduría de los árabes.
Dicen que, cuando la violencia liberal-conservadora, había un pueblo que tenía una pancarta a la entrada: “Bienvenido, pero pise pasito. Aquí cortamos el agua a machete, tocamos las campanas a plomo y trancamos las puertas con muertos”. ¡Qué miedo!
Yo nací en un corregimiento de Sardinata, llamado La Victoria, pero me llevaron de pocos meses a Las Mercedes. De modo que crecí sin conocer el pueblo donde había nacido. Ya hecho y derecho, fui con unos amigos a conocer el pueblo donde había nacido. Uno de ellos me dijo: “Allá en aquella casa de paredes blancas y techo rojo, que tiene un letrero en la puerta, nació usted”. Me emocioné y me puse a pensar qué diría en ese letrero. Tal vez algún verso mío. Quizás un homenaje a los garabatos que yo escribo. Me ofrecieron un aguardiente doble y nos fuimos hacia la casa. En efecto, el letrero era conmovedor: “Se vende guarapo”.
gusgomar@hotmail.com
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