En los desgastantes debates suscitados por la reforma al sistema de salud, las principales discrepancias han girado alrededor del rol de las EPS. Y al respecto, con frecuencia variable se escuchan (o leen) en los medios los sesgos anti- empresa de funcionarios gubernamentales que asumen posturas derivadas de la que el presidente Petro ha tenido desde la campaña a la presidencia. Aquella que, de manera reduccionista, recientemente volvió a esgrimir: “tenemos que decidir si la salud es un negocio o un derecho”, como si iniciativa privada y derechos fuesen aspectos mutuamente excluyentes.
A su turno los empresarios en general y los de la salud en particular asumen posturas que de una u otra forma se derivan de la del presidente de la ANDI, Bruce Mac Master, quien en distintos escenarios ha sostenido, palabras más palabras menos, que el principal aporte de las empresas al desarrollo y bienestar social proviene del empleo, los productos y servicios que proveen y el pago de impuestos. Lo cual siendo cierto creo que es insuficiente con miras a una mejor legitimación socioeconómica de las empresas privadas.
Es que hoy día, por la “zona de confort” que les brinda el “statu quo” de la economía neoclásica, en buena parte de los empresarios se observa una actitud frente a su trabajo que da pie a pensar que su visión del estatus moral y social de su profesión se queda corta. Y en esto la mirada de la socioeconomía les puede brindar razones para ver con más orgullo y autoestima su quehacer profesional, incentivándolos además a repensar el fin de la empresa.
Así como prevenir la enfermedad y curarla es el fin de las profesiones sanitarias - como lo vimos, incluso dramáticamente, en los días de pandemia-, la transmisión de conocimientos y la educación integral el de la profesión docente ¿cuál es el fin de los empresarios?
La actividad empresarial y productiva tiene unas metas precisas que cobran sentido y legitimidad social en la medida en que los bienes que persigue son bienes sociales que ninguna otra profesión puede proporcionar. Lo que dignifica la profesión del médico y del educador es el motivo por el cual una persona la ejerce: la salud y la cultura. Ninguno de los dos podría, por ejemplo, justificar una mala práctica alegando que ejercen la profesión para ganar dinero y como no les pagan bien se descuidan, pues a no dudarlo merecerían reproche social. De modo análogo, la finalidad del empresario no puede ser el dinero, la ganancia. Entonces ¿qué bien social persigue?
La economía neoclásica argumenta que es la generación de riqueza (puestos de trabajo, productos, inversiones, impuestos etc) para lo cual el beneficio económico es el bien mediato. Es decir, asume que el beneficio es un mal menor no finalista, pero el carácter finalista del beneficio en la empresa neoclásica es estructural, aunque no lo sea el del empresario. De cualquier manera, el planteamiento neoclásico priva a la profesión de estatuto social legitimador: ¿es el dinero afín a la salud y a la cultura?
Por lo anterior, José Pérez Adán, pensador socioeconómico, propone repensar y explicitar que el bien que persigue el empresario es triple y noble:
1.- Producir los mejores bienes y servicios en vista de la dignidad de quienes los van a utilizar.
2.- Suministrarlos y hacerlos accesibles al máximo número posible en vista de la salud y provecho que esos bienes y servicios van a procurar.
3.- Mantener esta actividad durante el mayor tiempo posible en vista del efecto multiplicador que la permanencia produce en el número de clientes y usuarios.
Así entendida, la empresa puede tener una finalidad profesional relegitimada socialmente. Aún más, si hay acuerdos sobre los tres puntos del planteamiento, surgirían consensos respecto al papel de las EPS en el sistema de salud.
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