Las asombrosas noticias que diariamente nos revelan los detalles del complejo entramado que se armó para robar al Estado mediante la celebración fraudulenta de un contrato con el Ministerio de las TIC, nos obligan a reflexionar sobre lo que está ocurriendo en nuestra sociedad.
Para ejecutar una operación de esa magnitud tienen que estar involucradas numerosas personas de diversas entidades públicas y privadas, y haberse repartido mucho dinero en sobornos y coimas. Todo, bajo las narices de los altos funcionarios que no percibieron el tufo de la podredumbre.
Las ramificaciones de esta red de estafadores que se han descubierto en otros organismos y en diversas regiones indican que el Estado se encuentra a merced de delincuentes incrustados en todas las instituciones. No se trata de pillos ocasionales o de bandas aisladas que se dedican al robo: son poderosas organizaciones delincuenciales que cuentan con mucho dinero para financiar sus delitos, con estrategas especializados y con cómplices en todos los niveles.
Éste, que es un ejemplo superlativo de una estafa billonaria, es apenas uno de los innumerables casos que se denuncian a lo largo y ancho del país. Los organismos gubernamentales del orden nacional, departamental y municipal; los entes de control; los despachos de la rama jurisdiccional y, en fin, todas las ramas del Poder Público son pasto de la corrupción que se expande como una mancha de aceite sobre el agua.
Entre las incontables anécdotas que delatan la falta de honestidad recuerdo una que me dejó impresionado: A un pequeño negocio que se dedicaba a hacer trabajos de computador llegaba con frecuencia un médico que era profesor de una prestigiosa universidad. Su interés era reproducir los cuestionarios que repartiría entre sus alumnos para calificar sus conocimientos. Ante le pregunta del dueño del comercio por saber si la universidad no prestaba ese servicio y el médico debía pagarlo de su propio bolsillo, él respondió con tristeza que no podía entregar en la secretaría estos exámenes porque en otras ocasiones los habían vendido a los alumnos. Si esto ocurre en una facultad de medicina qué se puede esperar del nuestro sistema educativo.
Acabar la corrupción en Colombia no será posible con más leyes, más amenazas, más investigadores, más apasionados discursos. No se logrará solamente con buenas intenciones y propósitos emotivos. Erradicar la corrupción requiere de un gran esfuerzo colectivo por mucho tiempo.
Se necesita empezar con la formación del niño desde el hogar y la escuela, porque solamente interiorizando la moral en el alma de ciudadano se puede conseguir que su conducta esté orientada hacia las buenas costumbres, el acatamiento de la ley y el respeto por sus conciudadanos. El freno a la deshonestidad está en la conciencia del ciudadano y, lamentablemente, en nuestro país esto se ha perdido paulatinamente por haberse generalizado el desprecio a la ley, el irrespeto a las autoridades y la falta de solidaridad social.
Sería de nunca acabar enumerar los casos que demuestran estas duras verdades, pero a bastaría con mirar nuestro alrededor para comprobar cómo se violan las normas de convivencia, de tránsito, de protección de la propiedad privada, de cuidado de los bienes públicos. Habrá que empezar algún día a enderezar el comportamiento colectivo.
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